Pasadas ya las elecciones de las nuevas autoridades civiles, algunos se han puesto a reflexionar sobre las causas de su derrota y otros estarán planeando cómo cumplir sus promesas y lograr el bien del país.
Pasadas ya las elecciones de las nuevas autoridades civiles, algunos se han puesto a reflexionar sobre las causas de su derrota y otros estarán planeando cómo cumplir sus promesas y lograr el bien del país. En ambas situaciones se encontrarán muchos católicos y buscarán en su fe algunos criterios orientadores. Habrá también quienes no se preocupen de ello.
La Iglesia católica tiene una esmerada doctrina y principios rectores de la conciencia individual y de la práctica comunitaria, que se encuentran expuestos sistemáticamente en el cuerpo doctrinal que se llama Doctrina Social de la Iglesia. Inclusive, existe un manual oficial sobre el tema. Sin embargo, todo arranca de la fe. Porque primero es la fe y luego la vida; primero lo que se cree y luego lo que se practica. Si falla la fe, el comportamiento será desviado. Aunque se trate de asuntos terrenos, todo tiene su principio y consistencia en la fe y, por la fe toma vigencia la vida moral.
El Papa Benedicto XVI dijo a sus paisanos que la crisis de la Iglesia -comprendida la vida política, económica y cultural de Europa-, es una crisis de fe. «¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, y llegar a ser modernos adulterando la fe?», se preguntaba el romano Pontífice. Pretender ser moderno olvidando o adulterando la fe es perderla.
Poco después, en el discurso de saludo a la curia romana con ocasión de la Navidad, reflexionaba el Papa: «El núcleo de la crisis de la Iglesia en Europa es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces».
En un país de tradición católica es evidente que la fuerza renovadora está en el motor interior que impulsa a las almas y a los corazones y sostiene la vida. Ésa es la fe. Pero si la fe no es firme, ilustrada y sincera, sino que se encuentra debilitada, mancillada por supersticiones y envuelta en la ignorancia, es evidente que su fuerza inspiradora y renovadora de la vida individual y de la sociedad, se esfumará. Esto es lo que nos está pasando.
Por esta razón el Papa ha convocado a toda la Iglesia a la celebración del Año de la Fe, que comienza el próximo 11 de octubre, junto con un Sínodo que lleva por título «La nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana». La intención del Papa es que conozcamos, purifiquemos, potenciemos y vivamos la fe en el único Dios vivo y verdadero y en su enviado Jesucristo. Dios ve los corazones, es verdad. Pero nosotros los humanos vemos las acciones y éstas, en nuestra vida familiar y social, ciertamente no corresponden a la fe que decimos profesar. Nos podemos engañar. Es necesario decir, como los Apóstoles: «Señor, auméntanos la fe». Y al mismo tiempo tomar nuestro Catecismo, nuestra Sagrada Escritura, los documentos del Concilio y ponernos a estudiar y a orar.
† Mario De Gasperín Gasperín