(CODIPACSQRO) Mons. Faustino Armendáriz Jiménez celebró la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en la santa iglesia Catedral con la Liturgia de la Palabra, la Adoración de la Cruz y la Comunión.
El señor obispo inicia la homilía declarando que «La dramática celebración que la liturgia de ese día santísimo nos permite vivir, nos introduce en el misterio más grande de nuestra fe: ‘Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre'». Para luego invitar a los fieles a contemplar la miseria que vive Jesús, también en nuestros días: «Detengámonos esta noche contemplando su ‘rostro desfigurado’: es el rostro del Varón de dolores, que ha cargado sobre sí todas nuestras angustias mortales. Su rostro se refleja en el de cada persona humillada y ofendida, enferma o que sufre, sola, abandonada y despreciada. Al derramar su sangre, Él nos ha rescatado de la esclavitud de la muerte, roto la soledad de nuestras lágrimas, y entrado en todas nuestras penas y en todas nuestras inquietudes. Detengámonos a contemplar su ‘cruz’: manantial de vida inmortal; es escuela de justicia y de paz; es patrimonio universal de perdón y de misericordia; es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado».
Mons. Faustino invitó a los fieles diciéndoles: «Queridos hermanos, dejemos que en esta noche nos interpele el sacrificio de Cristo en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. ¡No tengamos miedo!». Recalcó la importancia del día: «Esta es la verdad del Viernes santo: en la cruz el Redentor nos devolvió la dignidad que nos pertenece, nos hizo hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz».
Concluida la homilía, se realizó la Oración Universal, especial para el Viernes Santo, donde la Iglesia toda pide por ella misma, por el Santo Padre, por el pueblo de Dios y sus ministros, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no creen en Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes y por los que se encuentran en alguna tribulación. Después de ello, se realiza la Adoración a la Cruz, cuando los asistentes a la celebración besan a Cristo, tras de proclamar: «Miren el árbol de la cruz, donde estuvo clavado Cristo, el salvador del mundo. Vengan y adoremos».
Auxiliadora García Bellorín