1. Iniciamos el tiempo de Adviento con un grito de confianza y al mismo tiempo de súplica: “A ti, Señor, levando mi alma; Dios mío, en ti confío”. No se hace referencia al nacimiento de Cristo, sino a su segunda venida gloriosa, como Juez universal; por eso, la súplica: “Que no quede yo defraudado, que no se burlen de mí mis enemigos”.
2. Ponemos en Dios nuestra confianza, cuando venga a juzgarnos como Juez de vivos y muertos. No sabemos la hora de su venida, pero sí estamos ciertos que vendrá. La actitud del cristiano no puede ser otra que la vigilancia: “Velen, pues, y estén preparados porque no saben ni el día ni la hora”. En tiempos de Noé comían y bebían, se casaban y se divertían, hasta que entró Noé en el arca. El diluvio vino y se los llevó a todos. Amonestación severa para nosotros a causa del descuido en que solemos vivir.
3. El adviento es tiempo de despertar del sueño, del sopor que causan los vicios, “porque la salvación está más cerca de lo que creemos y pensamos”. Jesús está siempre viniendo a nosotros, porque el tiempo es de Dios.
4. La invitación es para los cristianos y para todos: “Comportémonos honestamente como en pleno día”, pues no somos “hijos de las tinieblas sino de la luz”. Nuestra misión consiste en hacer resplandecer la luz de la Verdad, en un mundo sometido a la tiniebla del error, lo cual causa dolor.
5. El Adviento es tiempo oportuno para sacar brillo al alma oscurecida por el pecado y hacer resplandecer nuestra vida con la luz de las buenas obras. Así, el día del Juicio final, no seremos la burla de nuestros enemigos, sino que permaneceremos de pie en presencia del Hijo del Hombre. Estemos alerta para que podamos decir con confianza: ¡Maran atha! ¡Ven, Señor Jesús!
Santiago de Querétaro, Qro., Noviembre de 2010
† Mario de Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro