La ascensión es como una grande manifestación gloriosa de Cristo resucitado que solamente el evangelio de San Lucas coloca al final de la narración de su evangelio, la cual continúa del libro de los Hechos de los Apóstoles, atribuido al mismo evangelista. Jesús había descendido para encontrarse con la humanidad y realizar una misión salvadora; ha terminado su cometido, haciendo la voluntad de su Padre y ahora asciende, trazándonos el camino definitivo que nos propone recorrer, por supuesto, después de haber realizado nuestra misión, haciendo la voluntad de Dios.
Sin embargo, la tarea de Dios continua, ya que no nos dejará solos porque con la Ascensión se inaugura una nueva forma de presencia entre nosotros, El lo había prometido: «Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». La iglesia es el lugar en el cual se manifiesta esta presencia activa del resucitado, aunque de manera invisible.
Sin embargo, antes de subir al cielo nos dejó una gran tarea, el mandato misionero. Cuando Jesús se dirige a los discípulos, y hoy a nosotros, les da una orden, que de ninguna manera lo podemos tomar como algo alternativo, es decir como algo que puedo dejar para después, porque hay muchas otras cosas que hacer: «Vayan por todo el mundo, y prediquen el evangelio a toda creatura».
«Por todo el mundo»: seguramente viene a nuestra mente las comunidades donde vivimos, o que conocemos, y reconocemos que la realidad es desafiante ya que existen muchas familias que no han recibido las bendiciones de este mandato; porque todo el mundo significa la inclusión, sin excepción, de todos los habitantes. Muchas familias, seguirán esperando a un discípulo misionero valiente que les comparta su testimonio del amor de Dios.
No bastará ciertamente con una visita de cortesía, sino que el misionado necesitará recibir el impacto de un misionero que está en proceso de conversión, de santidad; misioneros con una sólida vida interior que preparándose con métodos pastorales eficientes y asegurando una coordinación de las fuerzas parroquiales, compartan el amor de Dios que ya están luchando por vivir, siempre con la luz de la Palabra de Dios.
«A toda creatura»: todos necesitamos que el anuncio del amor de Dios pase de nuestra mente a nuestro corazón; por ello quien anuncia lo hará de corazón a corazón. Hagamos el ejercicio de mirar a nuestro alrededor, y seremos testigos de cuanta necesidad existe de este anuncio; incluidos nuestros prójimos más próximos.
Como nos animaba el Papa Benedicto XVI en su reciente visita a México cuando nos exhortaba: “La Misión Continental, que ahora se está llevando a cabo diócesis por diócesis en este Continente, tiene precisamente el cometido de hacer llegar esta convicción a todos los cristianos y comunidades eclesiales, para que resistan a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente. También aquí se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar «la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar»”.
El misionero tendrá que reflejar en su rostro el elemento fundamental de la alegría, de tal manera que una sonrisa en el silencio del caminar y en la proclamación de la Palabra, será un elemento evangelizador muy importante; es decir, llevar una sonrisa evangelizadora.
Jesús ascendió a los cielos, y nos ha dejado una gran tarea, asumámosla; no estamos solos, Cristo camina con nosotros. Hagámoslo con alegría, porque nadie le creerá a un misionero con un ceño fruncido.
IX Obispo de Querétaro