“En el ser humano se encuentra, en primer lugar, la naturaleza sensitiva y, en esto, concuerda con los brutos; después, la razón práctica, que es lo propiamente humano y, finalmente, la inteligencia especulativa, que no se encuentra de modo perfecto en el hombre, sino en cierta participación gracias al alma. Por tanto, la vida contemplativa no es propiamente humana, sino sobrehumana; la vida voluptuosa, que sólo mira a los bienes sensibles, no es humana sino bestial; la vida propiamente humana es la vida orientada a la acción, regida por el ejercicio de las virtudes morales”.
Este texto está tomado de un tratado de Santo Tomás de Aquino sobre las virtudes cardinales; por muy medieval que sea, no deja de ser actual y real, y nos puede servir para aclarar un poco el tan estropeado tema de la moral, que suele tenerse por asunto privado, refugio de los débiles y apocados o simplemente tabú. En los tiempos que corren, ser tachado de “moralista” es la mayor ofensa que se le puede hacer a una persona constituida en autoridad sea política, religiosa, docente o familiar.
El texto citado habla de la moral o de lo moral en general, no de una moral específica, y nos sirve para ver los desbarrancaderos por donde andamos. Y mírelo bien: La conducta moral y la práctica de las virtudes morales es lo que constituye específicamente lo humano en el hombre y en la mujer. El ser humano se reconoce y define por ser capaz de moralidad, de seguir una norma de conducta acorde con su naturaleza racional y social, de ser responsable de sus actos y de rendir cuentas. Al rechazar o pretender ignorar lo moral, estamos negando lo propiamente nuestro, lo humano. Como es difícil que quien rechaza la vida moral tenga deseos y agallas para elevarse a lo “sobrehumano” de la vida intelectual y del espíritu, lo más probable es que, si en esas andamos, no logremos levantarnos más allá del nivel de las bestias, usando la crudeza de nuestra cita medieval.
Por tanto, hablar de “doble moral” es un soberano desatino. Nadie practica ni una doble ni una triple moral. Se es simplemente moral o inmoral, en distintos grados o circunstancias, –en la calle o en la casa, en el templo o en el parlamento, en el banco o en el comercio– según cada uno se ajuste a los preceptos de la ley natural universal, al decálogo, y nada más. No falta también quien se autoproclama amoral, es decir, más allá del bien y del mal. Este sólo pretende ser un inmoral de categoría. No está por demás recordar que, antes del texto medieval, ya estaba en vigor la advertencia de Jesús: «El hablar de ustedes sea, sí o no; todo lo demás viene del Maligno» (Mt 5, 37).
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro