En una ocasión, Don Lucio nos comentaba como el Señor le había salido a su encuentro en la vida y le había transformado, de tal manera que ahora no puede dejar de hablar de su amor por Él, y de su experiencia que continúa viviendo en los caminos de la misión. Un encuentro que marco su vida, por ello tiene la valentía de decir que hay un “parte aguas” en su vida, y es precisamente el momento de encuentro con una persona, con Cristo.
Esta experiencia implicó tener la valentía de hacer un alto en el camino, es decir tener la disponibilidad de ir al desierto y dejar de lado tantos ruidos exteriores e interiores que tanto nos distraen, y escuchar la voz de quien es la vida y el camino.
Jesús busca, cuando desea comunicarse con su Padre, el silencio y la soledad; busca la tranquilidad para orar. Jesús es impulsado por el Espíritu al desierto, no para separarse del mundo sino que es colocando en el centro de la lucha que se desarrolla en el mundo, ya que en la tradición bíblica el desierto es lugar de prueba y tentación, morada del mal. Pero también es lugar de encuentro con Dios, de oración, de descanso, de decisiones, de experiencias divinas.
Es posible superarlas, no solos, sino con la fuerza del Espíritu Santo que ya tenemos desde nuestro bautismo; el Señor afronta esta prueba precisamente después de haber recibido el bautismo y nos da la lección de que por ello puede afrontar en el desierto al adversario.
En el desierto del silencio se experimenta el enfrentamiento con Satanás y, al mismo tiempo, la ayuda de Dios; se vive en la lucha y al mismo tiempo se encuentra la paz. Esta es la realidad en que también a nosotros nos introduce el Espíritu.
En el silencio nos damos la oportunidad de hablar con Dios; es valioso que hablemos de Dios, pero solamente teniendo como base y referencia el hablar con Dios. Para ello vale la pena “hacer” nuestro desierto, que sin duda para muchos en nuestro tiempo no son apetecibles, y más aun, seguramente, a más de uno le puede producir terror y pánico. Vale la pena recorrer nuestra historia en el silencio, y dejar que Dios la recorra con nosotros para hacer de ella una historia de salvación.
Madre Teresa de Calcuta, la enamorada de Dios y del silencio invitaba a experimentarlo de la siguiente manera: “Las almas de oración son almas de gran silencio… escucha en silencio, porque si tu corazón está lleno con otras cosas, no podrás escuchar la voz de Dios… Estar a solas con Él, no con nuestros libros, pensamientos y recuerdos, sino despojados por completo de todo, permanecer amorosamente en su presencia, silenciosos, vacíos, ansiosos e inmóviles. No podemos encontrar a Dios en medio del ruido o de la agitación”.
La invitación es a que, en el discernimiento maduro nos despojemos de “nuestro valioso” tiempo y dedicarle momentos largos al silencio con Dios; quitarle tiempo a la muy “justificada” inversión de horas delante de pantallas de cualquier tipo y abrir ventanas a la contemplación.
Jesús lo hacía con sus discípulos como base de la misión salvadora. Don Lucio le apostó al desierto (retiro de evangelización) y lo tiene como una valiosa referencia que transformó su vida.
Cuaresma es propuesta de escuchar a Dios; es propuesta de silencio… ¡Ánimo!
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro