Reflexión al concluir la Peregrinación de la Diócesis de Querétaro al Tepeyac.
La Peregrinación de la Diócesis de Querétaro al Tepeyac se llevó a cabo felizmente una vez más; fue la 117 de los varones y la 49 de las mujeres. Ni los peregrinos ni las peregrinas disminuyen en número; al contrario, aumentan en ambas columnas los participantes. La pregunta que inquieta a los profanos es ¿quién mueve todo eso? ¿qué (o a quién) buscan esos hombres y mujeres con tan largo caminar y tantos sacrificios? Y con tanta alegría, habría que añadir. No existe más que una respuesta: la fe. La fe, que mueve montañas, pero, sobre todo, corazones; y la Virgen María, que es la educadora y maestra de esa fe.
Esta peregrinación fue un canto a la vida. Las dieciocho mil mujeres y los treinta mil hombres que se declararon a favor de la vida, que pidieron respeto a la vida, que proclamaron su amor por la vida, que se comprometieron a defender la vida, ¿no dirá nada a nuestros gobernantes y legisladores? Los que dicen incluir en sus programas de gobierno valores en pro de la vida y de la familia, ¿no encontrarán aquí fortaleza moral y espiritual para defender la vida en todas sus manifestaciones y no amilanarse ante grupos contradictores minoritarios, aunque vociferantes? ¿Para quién gobiernan, para quién hacen las leyes, a quién sirven?
La proyección social de la fe católica tiene en la Peregrinación al Tepeyac un momento de singular esplendor. Los miles de hombres y de mujeres que se ponen de pie, dejan sus hogares y ocupaciones y emprenden su caminar en búsqueda de valores morales y espirituales, ¿no dice nada a las autoridades, a los críticos, a los indiferentes? Peregrinos y peregrinas caminan durante una semana o más escuchando la palabra de Dios, repasando los Diez mandamientos, examinando su conciencia, buscando ser mejores… ¿No es esto una colaboración preciosísima al bienestar social? ¿Qué institución, grupo o asociación hace esto?
Es necesario pensar en serio y reconocer la contribución de la Iglesia católica al bienestar social, que es de primera calidad y de urgente necesidad. Como los valores morales no se dejan cuantificar fácilmente, los perciben sólo quienes tienen afinada el alma con armonías semejantes. Quien gravita y se agita a nivel de tierra no comprende las cosas del espíritu. ¡La Iglesia diocesana agradece a las hermanas y hermanos peregrinos tan valioso testimonio de fe, de amor a la vida y de servicio a la sociedad!
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro