A lo largo de varias semanas nos hemos encontrado por todos lados diversas modas que nos salpican con toda una mercadotecnia pegajosa que nos hace vivir una experiencia diferente para entregarnos a una causa noble: el cubetazo del Ice Bucket Challenge, el reto de rezar por Irak, el reto de saber agradecer a Dios todo lo que recibimos, el reto de tomarse una cerveza fría sin parar, el reto de donar para una causa noble, el reto de no fumar, el reto de hacer sufrir a los animales, el reto de hacer bullying, el reto de llevar una despensa a los pobres… y un largo etc. Unido a todo esto se ha hecho viral todas estas campañas que tapizan las redes sociales haciendo que cientos de celebridades, famosos y hombres de a pie nos muestren su capacidad de desafío que tienen ante la sociedad.
Me ha hecho pensar y ver hasta qué punto nosotros sabemos sobreponernos al RETO DE VIVIR NUESTRA IDENTIDAD CRISTIANA. Se trata ni más ni menos que vivir y tener el Espíritu de Cristo y no el espíritu del mundo. Un trabajo de todos los días que debemos renovar y emprender para no dejarnos seducir de la lógica mundana que nos empuja al éxito avasallador lleno de egoísmo para sentirnos superiores de los demás, al dominio prepotente sobre los demás, al dinero que envilece y nos hace avaros y materialistas.
Mientras que la lógica que viene de Dios nos empuja a ser humildes, a reconocer nuestra condición, a tener los pies sobre la tierra, a preguntarnos: ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido? (1Cort 4,7). La humildad nos lleva al servicio desinteresado por ser finos para saber atender las necesidad que nos reclaman los pobres e indigentes, los necesitados. Esta lógica está destinada a servir, a no cansarnos de estar siempre atentos por compartir y dar amor.
En el evangelio constatamos que algunos se escandalizaban del estilo de Cristo, de su identidad y de su libertad porque hablaba con autoridad. Su palabra no era de un predicador común porque su autoridad le venía de la unción del Espíritu Santo.
En cambio el hombre abandonado a sus fuerzas no comprende las cosas del Espíritu de Dios: el hombre solo, no puede entender esto. Por eso nosotros, los cristianos si no entendemos bien las cosas del Espíritu, no damos ni ofrecemos testimonio y por consiguiente no tenemos identidad.
Nuestra identidad cristiana radica en tener los sentimientos de Cristo y el Espíritu de Cristo. Pensar como Cristo, sentir como Cristo, hablar como Cristo. A esto se le llama ser coherente y autentico con nuestra identidad cristiana. Saber quién soy, a dónde voy, qué quiero en mi vida y qué busco.
Es muy importante que nos pongamos el termómetro del amor, el termómetro que nos ayudará a ver la temperatura de nuestra vida diaria para ver si tenemos la temperatura del amor de Dios. San Agustín nos dirá. “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor”.
Sin olvidar que lo que nos hace verdaderos seguidores de Jesús es intentar vivir el evangelio con toda su radicalidad. Estamos llamados a ser santos para abrirnos a la plenitud del amor de Dios y entregarnos a su voluntad. A dejar del lado nuestra miserable y mediocre vida de caprichos y egoísmos y optar por lo que vale la vida. Saber escuchar a Dios, recibir a Dios y trasmitir a Dios. Acepta el riesgo de vivir tu identidad cristiana sin tapujos y egoísmos. ¡Hablemos claro!
Pbro. Luis Ignacio Núñez I. Publicado en el periódico «Diócesis de Querétaro» del 7 de septiembre de 2014