Santa Iglesia Catedral, Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a 14 de abril de 2018.
Se llevó a cabo la Solemnidad Litúrgica en honor a Nuestra Señora Del Pueblito, el 14 de abril de 2018. (SÁBADO II SEMANA DE PASCUA). En la Santa Iglesia Catedral, ubicada en la Ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., presidió la Santa Misa, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de Querétaro, Concelebraron esta Santa Misa, gran parte del Presbiterio diocesano y participaron, miembros de la vida consagrada, seminaristas, los miembros de la Cofradía de la Santísima Virgen del Pueblito y muchos fieles Laicos devotos de la Santísima Virgen María en su advocación del Pueblito. En su homilía el Pastor Diocesano expresó:
“Estimados hermanos sacerdotes, queridos miembros de la vida consagrada, queridos seminaristas, queridos miembros de la Cofradía de la Santísima Virgen del Pueblito, hermanos y hermanas todos en el Señor:
Con la alegría propia del tiempo pascual, celebramos esta mañana la Santa Misa en la que, reunidos con Santa María del Pueblito, queremos seguir experimentando, saboreando y contemplando el gozo de la resurrección del Señor. De tal forma que como Ella, avivemos en nuestra vida la esperanza de ver cumplida la promesa de la resurrección. En este sentido esta celebración es una “escuela de la esperanza gozosa”, pues nos enseña que la promesa de la redención, se fue cumpliendo paulatinamente en el tiempo hasta llegar a la plenitud con la resurrección.
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar, de manera sinóptica nos ofrece el itinerario que como María, modelo e imagen, estamos invitados a recorrer, de tal forma que también nosotros tomemos parte en aquella asamblea santa que san Juan nos ha narrado (Ap 21, 1-5).
Dicho itinerario comienza con la aceptación el proyecto salvífico en la vida de las personas. Dios propone y el ser humano libremente está invitado a responder a este proyecto. María respondió, movida por la fe, porque creyó. Como Ella, también nosotros estamos invitados a creer en el anuncio del Ángel. Como Ella, estamos invitados a decirle hoy a Dios que “si”. Esto sin duda provocará que también nosotros estemos abiertos a la gracia, en la que Dios actúa. Como Ella, estamos invitados a seguir a su Hijo en las diferentes etapas de su vida, inclusive hasta el Calvario. Como Ella, Virgen orante en el Cenáculo, unida a la oración de los Apóstoles, estamos invitados a convertirnos en discípulos orantes (cf. Prefacio de la fiesta).
María, no improvisó la contemplación de su Hijo resucitado, todos y cada uno de los misterios de su vida, fueron para Ella, como una preparación silenciosa que le capacitaría para momento tan sublime y anhelado. Ella, que ya lo había recibido para engendrar al Verbo encarnado, comparte con toda la Iglesia la espera del mismo don, para que en el corazón de todo creyente «se forme Cristo» (cf. Ga 4, 19).
Queridos hermanos, si realmente deseamos y anhelamos contemplar al Resucitado y gozar eternamente de su gloria, no esperemos más. Hagamos nuestro el itinerario que la Virgen María recorrió, y acompañemos a su Hijo en el recorrido de los misterios de la fe.
A los seminaristas les digo: en la etapa de configuración y disculpado en la que se encuentran, la Virgen Santísima les puede ayudar mucho. De hecho en san Juan el evangelista, está cada uno de ustedes. “Jesús dice a María: ‘Madre, ahí tienes a tu hijo’” (Jn 19, 26). Es una especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del discípulo. Pero también dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’ (Jn 19, 27). El Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan, el hijo predilecto, acogió a la madre María “en su casa”. Así dice la traducción española, pero el texto griego es mucho más profundo, mucho más rico. Podríamos traducir: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, «eis tà ìdia», en la profundidad de su ser. Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la propia existencia -no es algo exterior- y en todo lo que constituye el horizonte del propio apostolado. Me parece que se comprende, por lo tanto, que la peculiar relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es la fuente primaria, el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada uno de ellos. De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo. Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre” (Benedicto XVI, María Madre de los sacerdotes, Audiencia General, Miércoles 12 de agosto de 2009).
En María —decía el Card. Bergoglio — se armonizan todos los aspectos de un alma eclesial: ella es hija, esposa, madre y amiga. Abuela siempre joven, joven siempre madura. Lo mariano será el criterio de discernimiento para evaluar la calidad de vida afectiva, personal y comunitaria, de los formandos. María abierta a todos y a la vez sellada sólo para Dios. María esposa y madre en su pequeña familia y corazón de la Iglesia, esposa y madre universal. ¿Cuál sería el “no” que consolida este carácter mariano de la dimensión comunitaria? Evidentemente, un “no” a María nos sacaría de una formación católica y es difícil que un sacerdote o un formando excluya explícitamente lo mariano de su vida. Pero puede hacer bien expresar enfáticamente un “no” a todo lo que ponga a María en un lugar meramente decorativo, por decirlo de alguna manera. “No” a todo lo que la aparte de estar en el centro de la formación sacerdotal. El carácter mariano de la Iglesia es lo que tensiona fecundamente al carácter petrino, impidiendo que se fariseíse y se endurezca. La dimensión mariana hace que la dimensión espiritual tome carne y la dimensión pastoral no pierda la ternura (cf. “La formación del presbítero hoy. Dimensiones intelectual, comunitaria, apostólica y espiritual”, Buenos aires Argentina, el 25 de marzo de 2010).
A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. Pidámosle a Ella que nos ayude para que aquel estupor gozoso de la noche pascual se irradie en nuestros pensamientos, miradas, actitudes, gestos y palabras, para que así también nosotros seamos testigos creíbles de la resurrección, especialmente en un mundo y en un tiempo que poco o nada cree y espera. Que Ella nos ayude a creer fuertemente en la resurrección de Jesús: Jesús ha resucitado, está vivo aquí, entre nosotros, y esto es un admirable misterio de salvación con la capacidad de transformar los corazones y la vida. Amén.