Plaza Presbyterorum Ordinis, Seminario Conciliar de Querétaro, 31 de mayo de 2018.
La tarde del día jueves 31 de mayo de 2018, a las 5:00 p.m. Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, IX Obispo de Querétaro, presidió la Celebración Eucaristía de la Solemnidad del Corpus Chisti, en el Seminario Conciliar Diocesano ubicado en Av. Hércules, # 216, Col. Hércules, Santiago de Querétaro, Qro, con la que dio inicio el recorrido de la Procesión con el Santísimo y continuar por las distintas calles de la ciudad episcopal como un testimonio público de amor a la Santísima Eucaristía, de allí se continuo por Calzada de los Arcos, para llegar a Av. Zaragoza, y continuar por Av. Corregidora, pasando por la calle de Ocampo y Guerrero, hasta Calle 16 de Septiembre, terminando el recorrido en el Templo Expiatorio Diocesano, ubicado en Balvanera y Ocampo, Col. Centro, Querétaro, Qro., contando con la participación de los feligreses, algunos sacerdotes de las distintas Comisiones y Dimensiones de nuestra Diócesis de Querétaro, y las distintas ordenes de la vida consagrada.
En esta ocasión se hicieron cuatro diferentes altares a lo largo del recorrido, mismos que se ubicaron en: 1º. En el jardín frente a los Arcos, Col. Jardines de Querétaro, 2º. Monumento de la calle Ejército Republicano, 3o. En la calle Pasteur, por la Pila de Agua. Y el 4º. En el Templo de San Francisco, cabe mencionar que especialmente en este año de la juventud, los jóvenes participaron en la procesión cantando y adorando a Cristo vivo en la Eucaristía. En su homilía el Sr. Obispo les motivo diciendo:
“Muy estimados hermanos y hermanas todos en el Señor:
Después de haber concluido el santo tiempo de la Pascua, la Sagrada Liturgia nos permite volver la mirada sobre algunos de los misterios esenciales de nuestra fe, de tal forma que fortalezcamos nuestro amor y devoción a Dios, en su Hijo Jesucristo. Uno de estos misterios es la Sagrada Eucaristía, que bajo las especies de pan y vino, ofrece a los hombres el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como alimento que da la vida. En la Eucaristía, nos enseña la fe, Cristo el Señor se contiene y se significa de tal forma que los creyentes al acercarnos a Ella nos acercamos a la fuete de la vida, del amor y de la misericordia. En Ella y mediante Ella, rendimos al buen Dios el culto espiritual de adoración más sagrado y más agradable.
Al celebrar esta solemnidad en este día, nuestra Santa Madre Iglesia nos invita a reconocer en la Eucaristía, el alimento de la vida. ¿Qué significa que esto? ¿Cómo es que Jesús sea el pan de vida?
En la antífona del Aleluya que acabamos de cantar, Jesús, nos ha dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del celo, el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Jesús quiere ayudarnos a comprender el significado profundo del prodigio que ha realizado: al saciar de modo milagroso el hambre física de los que lo seguían, los dispone a acoger el anuncio de que, él es el pan bajado del cielo (cf. Jn 6, 41), que sacia de modo definitivo. También el pueblo judío, durante el largo camino en el desierto, había experimentado un pan bajado del cielo, el maná, que lo había mantenido en vida hasta la llegada a la tierra prometida. Ahora, Jesús, habla de sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, capaz de mantener en vida no por un momento o por un tramo de camino, sino para siempre. Él es el alimento que da la vida eterna, porque es el Hijo unigénito de Dios, que está en el seno del Padre y vino para dar al hombre la vida en plenitud, para introducir al hombre en la vida misma de Dios.
En este sentido leyendo a san Agustín encontré algo que me parece interesante y que nos puede ayudar mucho: “La Eucaristía es pan nuestro de cada día, pan del tiempo; y hemos de recibirla no sólo como comida que alimenta el cuerpo, sino también la mente. La virtud que en él se simboliza es la unidad, para que nosotros mismos seamos lo que recibimos: miembros de Cristo integrados en su cuerpo. Sólo entonces será pan nuestro cotidiano” (Sermón 57, 7).
Hoy, es importante que los que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, estemos dispuestos a vivir en la comunión con Dios y con los hermanos. De tal forma que la virtud sea la comunión, una comunión que se viva en todas las dimensiones que nos integran como personas y como sociedad. La paz se construye con la comunión y desde la comunión. San Agustín nos enseña: “Lo que buscan los hombres en la comida y en la bebida es apagar su hambre y su sed; pero esto lo consigue únicamente este alimento y esta bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la comunión misma de los santos, donde existe una paz y unidad plenas y perfectas. Por eso nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades que, partiendo de muchos elementos, se hacen una sola cosa. Una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo y la otra de muchos granos de uva” (Comentario al Evangelio de san Juan 26, 17).
Acerquemos a la santa comunión con la intención de nutrirnos para promover la paz, la concordia y el bien común. Tres valores en pro de la familia, de la cultura, de la sociedad. Entonces no sólo seremos heraldos de la paz, sino también rendiremos a Dios el culto que más le agrada. El banquete del Señor es la unidad del cuerpo de Cristo, no sólo en el sacramento del altar, sino también en el vínculo de la paz.
En la segunda lectura de la carta a los hebreos, hemos escuchado como el Cuerpo y la Sangre de Cristo, ofrecidos en sacrifico, son capaces de purificar las conciencias de nuestros pecados. Dejemos que purifique nuestras conciencias de las obras que conducen a la muerte. Alimentémonos de Ella para purificarnos de todo a aquello que mina la paz, la seguridad, la concordia y el bien común. Detengámonos, largos momentos de oración ante Jesús Eucaristía, con el fin de adorare y reconocer en él la única esperanza para México. “No cabe duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración” (Sacrmentum caritatis, n. 89). El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor.
Que esta celebración nos conceda a todos, la gracia de experimentar que sin el alimento de la vida, que es Cristo Eucaristía, estaremos lejos de conquistar un nuevo orden social, más humanos y más cristianos. Con valores fundamentales como son: la comunión, la paz y la concordia. Que al recorrer por las calles de nuestras ciudad, ahora y todos los días, con nuestra vida seamos capaces de ser custodias vivas, que reflejen la belleza y hermosura de Cristo Sacramentado.
Pidámosle a la Virgen María, la mujer eucarística, que nos regale siempre a su Hijo, el alimento de la vida. Amén”.
Al terminar el recorrido con del Corpus Christi, se dio la Bendición y se Reservó la Santísima Eucaristía en el Templo de Carmelitas.