Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., Miércoles Santo 17 de abril de 2019.
Año Jubilar Mariano
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El día 17 de abril de 2019, fueron bendecidos los tres tipos de aceite Santo: el Santo crisma, el Oleo de los Catecúmenos y el Oleo para la Unción de los enfermos, en la Misa Crismal, la mañana del miércoles Santo en la Santa Iglesia Catedral, ubicada en Santiago de Querétaro, Qro., misma que fue presidida por Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, y concelebrada por los sacerdotes de nuestra Diócesis, que en este día hacen la renovación de sus promesas sacerdotales ante el Señor Obispo, una vez bendecidos los Santos Oleos se entregaron a las 117 parroquias que integran nuestra Diócesis de Querétaro, mismos que deben ser recibidos solemnemente por los feligreses de cada parroquia. En esta Misa Crismal Mons. Faustino comento lo siguiente: “…Sin olvidar que los tres aceites son importantes y que al reflexionar en cada uno de ellos podríamos obtener una profunda espiritualidad litúrgica para nuestra vida, quiero invitarles en este día, a centrar nuestra mirada en el Óleo de los Enfermos, de tal manera que —tanto sacerdotes como consagrados y fieles laicos—, redescubramos su profundo valor y significado, para la vida de todo creyente y como éste contribuye en la edificación de la Iglesia.
Una de las interrogantes más hondas y poco fáciles de entender, es y será siempre el porqué del dolor y de la enfermedad. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. Sin embargo, Dios no es ajeno a esta realidad, por el contrario, es el primero en salir al encuentro del hombre para ofrecerle todo lo necesario para su salud, tanto física como espiritual, es así que ha al revelarse ha inaugurado la historia de la salvación, la historia de la sanación. El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación. La enfermedad se convierte en camino de conversión y el perdón de Dios inaugura la curación…”
Dentro de esta celebración y en el momento de su Homilía, Mons. Faustino compartió lo siguiente: “Estimados sacerdotes y diáconos, gracias por estar aquí, por su testimonio y su consagración. Queridos miembros de la vida consagrada, quienes unidos al Plan Diocesano de Pastoral, construyen la comunión, Apreciados seminaristas, quienes se forman en las filas de los discípulos misioneros del Señor, Muy estimados representantes de las 117 parroquias aquí presentes, enviados para recibir y llevar en este día los santos oleos a cada una de sus parroquias, Hermanos y hermanas todos en el Señor:
Agradecidos con Dios por permitirnos nuevamente este año poder reunirnos para celebrar con fe y con devoción esta santa Misa Crismal, queremos pedir a Dios el don de su gracia para continuar siendo en el mundo, una Iglesia de bautizados que hunda sus raíces en las fuentes de la gracia santificante del Bautismo, de tal manera que sea la vida de Dios nuestra fortaleza, nuestra gloria y nuestra firme esperanza.
Al verles aquí reunidos en esta asamblea, me viene a la mente aquella bella imagen que el Pastor de Hermas nos refiere en una de sus cinco visiones, en la cual la Anciana [que es la misma Iglesia] se compara así misma con una Torre, edificada sobre las aguas. Esto significa que la vida de los creyentes se salvó por el agua y por el agua se salvará la vida de quienes acudan a Ella. Mas el fundamento sobre el que se asienta la torre es la palabra del Nombre omnipotente y glorioso y se sostiene por la virtud invisible de su Señor. Como es una torre en construcción, en Ella entran a formar parte, diferentes tipos de piedras; algunas provenientes del fondo del mar, otras de la tierra, otras por su naturaleza no han necesitado ser pulimentadas y encajan de manera natural en la construcción, algunas otras, sin embargo, han sido hechas trizas carcomidas y alejadas lejos de la torre (cf. Pastor de Hermas, visión 3,3, Padri apostolici, Collana di testi patristici 5, Ed. A. Quacquarelli, Roma, Citta Nuova, Roma, Pp. 237-246).
Esta imagen aunque imperfecta, hoy nos permite, poder volver hacia nosotros mismos y entender que somos una Iglesia ‘in fieri’, es decir, una Iglesia en construcción, en camino de perfección, en camino hacia la conquista de lo que Dios nos ha llamado a ser: “una comunidad sacerdotal, profética y real” (Ap 1, 5-8). Una Iglesia que ha sido edificada sobre el Bautismo y cuyo fundamento es el mismo Cristo, en la cual cada uno desde nuestra realidad, con la vocación a la cual el Señor nos ha llamado, estamos llamados a colaborar, como piedras vivas (1 Pe 2, 5). Quiero invitarles en este día, para que cada uno nos sintiésemos orgullosos de ser y formar parte de esta gran construcción, de tal forma que volviendo a la esencia de los que Dios quiere que seamos, nos renovemos desde los fundamentos y cada uno desde su propio estado de vida, dé lo mejor de sí para que desde esta gran Torre: «resuene una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades» (GE, 2). Es importante que no perdamos de vista esto, pues como se nos ha venido recordando desde el concilio Vaticano II: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, esta llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre» (LG 11).
En este sentido, esta celebración es de gran trascendencia y de profundo significado para la vida de nuestra comunidad diocesana, pues aunque el nombre de Misa Crismal le viene por la consagración del Crisma, es importante que no perdamos de vista, que también se bendicen los aceites que en adelante serán utilizados para la unción de los catecúmenos, en el Sacramento del Bautismo y para la unción de los enfermos, en el Sacramento de la Unción de los Enfermos.
Sin olvidar que los tres aceites son importantes y que al reflexionar en cada uno de ellos podríamos obtener una profunda espiritualidad litúrgica para nuestra vida, quiero invitarles en este día, a centrar nuestra mirada en el Óleo de los Enfermos, de tal manera que —tanto sacerdotes como consagrados y fieles laicos—, redescubramos su profundo valor y significado, para la vida de todo creyente y como éste contribuye en la edificación de la Iglesia.
Una de las interrogantes más hondas y poco fáciles de entender, es y será siempre el porqué del dolor y de la enfermedad. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud (cf. CEC, 1500). Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. Sin embargo, Dios no es ajeno a esta realidad, por el contrario, es el primero en salir al encuentro del hombre para ofrecerle todo lo necesario para su salud, tanto física como espiritual, es así que ha al revelarse ha inaugurado la historia de la salvación, la historia de la sanación. El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf. Sal 38) y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf. Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf. Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf. Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: «Yo, el Señor, soy el que te sana» (Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf. Is 33,24).
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf. Mt 4,24) son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf. Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (cf. Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren. Los enfermos tratan de tocarlo (cf. Mc 1,41; 3,10; 6,56) «pues salía de él una fuerza que los curaba a todos» (Lc 6,19) (cf. CEC, 1503).
Cristo, continúa «Hoy» tocándonos para sanarnos, por medio de los signos sacramentales, por medio de las manos del sacerdote. Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas nuestras miserias: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17; cf. Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf. Is 53,4-6) y quitó el «pecado del mundo» (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo da un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.
En este sentido se entiende entonces la riqueza y la belleza de la Oración para bendecir el óleo de los enfermos cuando dice: «Dios nuestro, Padre de todo consuelo, que por medio de tu Hijo quisiste curar las dolencias de los enfermos, atiende benignamente la oración que brota de nuestra fe y envía desde el cielo tu Espíritu Santo Consolador sobre este aceite fecundo que quisiste que un árbol vigoroso ofreciera para alivio de nuestro cuerpo; de manera que, por tu santa bendición, se convierta para todo el que sea ungido con él, en protección del cuerpo, del alma y del espíritu, para quitar todo dolor, toda debilidad y toda enfermedad…» (Ritual de Semana Santa, p. 99).
Queridos hermanos, esto nos ayuda a entender que la gracia propia de este “signo” consiste en acoger en sí a Cristo médico. Sin embargo, Cristo no es médico al estilo de mundo. Para curarnos, Él no permanece fuera del sufrimiento padecido; lo alivia viniendo a habitar en quien está afectado por la enfermedad, para llevarla consigo y vivirla junto con el enfermo. La presencia de Cristo consigue romper el aislamiento que causa el dolor. El hombre ya no está solo con su desdicha, sino conformado a Cristo que se ofrece al Padre, como miembro sufriente de Cristo y participando, en Él, al nacimiento de la nueva creación. Sin la ayuda del Señor, el yugo de la enfermedad y el sufrimiento es cruelmente pesado. Al recibir la Unción de los Enfermos, no queremos otro yugo que el de Cristo, fortalecidos con la promesa que nos hizo de que su yugo será suave y su carga ligera (cf. Mt 11,30).
Queridos sacerdotes, al ser nosotros los ministros de este sacramento, estamos llamados a imitar el ejemplo de Jesucristo médico. De tal manera que al administrar el Sacramento de la Unción de los Enfermos, tenemos la responsabilidad pastoral de preparar y ayudar a los enfermos y a todos los presentes a la celebración de este sacramento como una “verdadera oportunidad de vivir y hacer suyo el misterio pascual”. Hoy muchos fieles sigue creyendo que si recibe este sacramento se van a morir y por eso muchos no lo quieren recibir; hagamos de su celebración una verdadera experiencia de Dios, donde el enfermo logre palpar en este Signo: “la bendición de Dios que sana y que salva”. ¡Amemos este Sacramento! ¡Regocijémonos en tocar las heridas de tantos hermanos nuestros, con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza!
En este itinerario, sale a nuestro encuentro Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, de quien nos encontramos celebrando su Año Jubilar. Quien con su mirada tierna y dolorosa, nos enseña que, en la medida en la cual el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él, el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre éste sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual propias del discípulo (cf. Salvifici doloris, 26). Que siempre estemos atentos a saber mirar y consolar como María mira y consuela. Amén».
Al terminar esta celebración Mons. Faustino entrego a los representantes de cada una de parroquias los Santos Oleos y el Santo Crisma para que sean utilizados en las 117 parroquias de nuestra Diócesis, y ademas les entregaron un presente para ellos y otro para sus señores curas.