“Cuando el candidato a la ordenación sacerdotal pone sus manos juntas en las manos del obispo y le promete respeto y obediencia, le ofrece su servicio a la Iglesia como cuerpo vivo de Cristo, pone sus manos en las manos de Cristo, confiándose a Él, y le ofrece sus propias manos para que sean las suyas. […]
Cuando nosotros, al orar, juntamos las manos, lo que expresamos es, precisamente esto: ponemos nuestras manos en las Suyas, con nuestras manos ponemos nuestro destino en su mano; confiando en Su fidelidad Le prometemos nuestra fidelidad.”
Joseph Ratzinger, El espíritu de la liturgia, cuarta parte, capítulo II, n. 4.
Fuente: Liturgia Papal