Pbro. Mtro. Filiberto Cruz Reyes
En su documento «La alegría del Evangelio» el Papa Francisco afirma: «porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos» (n. 31) el Obispo tiene el deber de ir cuidando el rebaño para promover la comunión misionera. Es el pueblo de Dios el que tiene lo que se llama el «sensus fidei» y que en su momento el Pastor de toda la Iglesia proclama de modo oficial, por ejemplo respecto a un santo.
Se estila que durante los viajes del Papa conceda durante el vuelo una conferencia de prensa. En su viaje a Manila, el 15 de enero de este 2015, a solicitud expresa para que hablara sobre los beatos evangelizadores que está canonizando, el Papa respondió: «Estas canonizaciones están siendo hechas con la metodología -está prevista en el Derecho de la Iglesia- que se llama «canonización equivalente». Se usa cuando desde hace mucho tiempo un hombre o una mujer es beato, beata, y es objeto de veneración por parte del pueblo de Dios; de hecho es venerado como santo, y no se hace el proceso del milagro […] Son figuras que han realizado una fuerte evangelización y están en sintonía con la espiritualidad y la teología de la Evangelii gaudium. Y por esto he elegido estas figuras».
Entre las figuras evangelizadoras que Francisco mencionó estaba Fray Junípero Serra, ahora ya santo.
En algo que insiste Francisco acerca de la vida de los santos de los que hablaba en ese viaje [Angela da Foligno (1248-1309), Pedro Favre (1506-1546), Giuseppe de Anchieta (1534-1597), María de la Encarnación (1599-1672), Francisco de Laval (1623-1708), José Vaz (1651-1711), Junípero Serra (1713-1784)], es la perfección que alcanzaron en su capacidad de entrega a Dios y a los hermanos, y no tanto en una perfección personal «auto referencial»; esta perfección personal por supuesto que se supone, pero encuentra su pleno sentido en la entrega misionera, por eso en la homilía de canonización de Junípero Serra afirma: «La misión no nace nunca de un proyecto perfectamente elaborado o de un manual muy bien estructurado y planificado; la misión siempre nace de una vida que se sintió buscada y sanada, encontrada y perdonada».
Ahí, en la Capital de uno de los países más poderosos del mundo y con todo lo que esto implica, Francisco proclama con alegría: «El espíritu del mundo nos invita al conformismo, a la comodidad; frente a este espíritu humano «hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» (Laudato si’, n. 229)», y denuncia los peligros, como: «no conformarnos con placebos que siempre quieren contentarnos», y estar atentos a esa «dinámica a la que muchas veces nos vemos sometidos (y que) parece conducirnos a una resignación triste que poco a poco se va transformando en acostumbramiento, con una consecuencia letal: anestesiarnos el corazón».
La vida del santo debe ser una imagen viva de la de Jesucristo, quien «abrazó siempre la vida tal cual se le presentaba. Con rostro de dolor, hambre, enfermedad, pecado. Con rostro de heridas, de sed, de cansancio. Con rostro de dudas y de piedad. Lejos de esperar una vida maquillada, decorada, trucada, la abrazó como venía a su encuentro. Aunque fuera una vida que muchas veces se presenta derrotada, sucia, destruida».
Sí, Estados Unidos, como todo imperio, pretende maquillar muchas cosas: sus muertos y los que deja en cada guerra que ha exportado por todo el planeta; las armas que llevan tanto dolor y sufrimiento por tantas partes (pensemos en nuestro «rápido y furioso», nuestro porque nuestros son los muertos), la contaminación y devastación de los recursos naturales de las transnacionales, etc. También sus ciudadanos están cansados de vivir bajo el miedo del terrorismo que han provocado como reacción a sus incursiones por el mundo, reprobable tanto como la violencia que lo engendra. Ahí, Francisco dijo del nuevo Santo: «hoy recordamos a uno de esos testigos que supo testimoniar en estas tierras la alegría del Evangelio, Fray Junípero Serra. Supo vivir lo que es «la Iglesia en salida», esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios».
El Papa ha resaltado las virtudes de hombres y mujeres estadounidenses, como lo hizo ante el Congreso cuando afirmó, usando lenguaje propio de este pueblo: «Una Nación es considerada grande cuando defiende la libertad, como hizo Abraham Lincoln; cuando genera una cultura que permita a sus hombres «soñar» con plenitud de derechos para sus hermanos y hermanas, como intentó hacer Martin Luther King; cuando lucha por la justicia y la causa de los oprimidos, como hizo Dorothy Day en su incesante trabajo; siendo fruto de una fe que se hace diálogo y siembra paz, al estilo contemplativo de Merton.
Me he animado a esbozar algunas de las riquezas de su patrimonio cultural, del alma de su pueblo. Me gustaría que esta alma siga tomando forma y crezca, para que los jóvenes puedan heredar y vivir en una tierra que ha permitido a muchos soñar. Que Dios bendiga a América».
Leamos con detenimiento cada palabra, sencilla y profunda, de Francisco en este viaje apostólico y misericordioso.