Hablar en parábolas fue una de las formas de enseñar más características de Jesús y a través de ellas trataba de provocar una reflexión y una respuesta en sus interlocutores. San Mateo reúne siete parábolas que buscan explicar el misterio del reino de los cielos, que se hace presente en las palabras y en los signos de Jesús y que continúa adelante a pesar de la resistencia de los fariseos.
Jesús da su interpretación y con ello refleja la preocupación como pastor, que intenta animar, fortalecer y formar la fe de la comunidad. Son un mensaje de fe y esperanza: El Reino de Dios está presente y crece a pesar de su aparente pequeñez.
En esta parábola del sembrador se trata de mostrar cómo este Reino se ha hecho presente y cuál es su fuerza; el centro de interés de la parábola no está en cómo es acogida la semilla sino en la magnífica cosecha que produce lo que cae en buena tierra y con ello los discípulos reciben la exhortación de ánimo que les ayuda a no replegarse. A pesar del fracaso aparente, la llegada del Reino es imparable, y el resultado final será maravilloso e incalculable; hoy el eco de las palabras del Señor también nos anima a nosotros de tal manera que nos llama “¡Dichosos!”.
La explicación de Jesús resalta la actitud de acogida primera del evangelio, a fin de que no sea ahogada por las dificultades con que se encuentran, ya que el verdadero discípulo es descrito como la tierra buena en la que cae la semilla y da fruto.
En nuestros tiempo, en que lo que cuenta son los resultados rápidos y la rentabilidad inmediata, alguno puede sentir la tentación de dudar o no creer en la eficacia del Evangelio, y llegarse a preguntar: ¿Sirve para algo práctico este mensaje que los cristianos proclamamos ante el mundo?
La respuesta de quien lo anuncia es contundente ya que los efectos de la Palabra de Dios como luz, esperanza y paz en el corazón del hombre es una realidad. Por ello recurrimos a la experiencia de que cuando es la Palabra de Dios la que anunciamos, sea en medio de las multitudes, sea en la misión casa por casa, o en el consejo espiritual personalmente, los rostros se transforman y de allí el rostro de la vida refleja el milagro de la conversión, porque es la misma Palabra del Señor; aquella que atrajo a Pedro y a Juan, la que dio un giro total a la vida de la samaritana, la que llenó de amor el corazón del ladrón al lado de la cruz de Jesús.
Es la semilla del Evangelio que hoy se lanza en los surcos de nuestra Iglesia, y donde tenemos la seguridad de que el Señor será quien dé los frutos. ¡Es la hora de evangelizar!, y ningún bautizado puede claudicar de esta tarea que le pide el Señor. Dejemos que el Señor abone la tierra, nosotros lanzaremos la semilla; todos somos discípulos misioneros y nadie se puede quedar con los brazos cruzados.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro