Santo Domingo de Guzmán (1170-1221) nació en Caleruega, Burgos (España). Su madre fue la Beata Juana de Aza, y a su padre, Félix Núñez de Guzmán, se le reconoce como venerable.
De los 14 a los 28 años vivió en en Palencia, donde recibió una dedicada educación en artes (humanidades), filosofía y, posteriormente, teología. Allí llegó a ser profesor de la escuela catedralicia durante cuatro años, fue ordenado sacerdote y empezó a descubrir su vocación misionera y de servicio a los pobres.
Para 1190, ya había terminado la carrera y recibido la tonsura. Se hizo canónigo regular de la catedral de Osma. En aquel entonces se vivía un clima de tensión con los moros (musulmanes) en España, y no era extraño que los mismos príncipes cristianos de los reinos de la península se enfrentaran entre sí. La región de Palencia padecía entonces una gran hambruna. Tal situación tocó profundamente a Domingo quien, compadecido por la miseria en la que vivían muchos, empezó a servir a los más necesitados. Se dice que se deshizo de gran parte de sus pertenencias y de su biblioteca personal, con el propósito de hacer algún dinero y donarlo.
Cierto día llegó ante Domingo una mujer llorando. Ella le relató cómo su hermano había caído prisionero de los moros. Domingo entonces decidió ofrecerse a sí mismo en rescate por él. El gesto de Domingo, por su valentía y generosidad, hizo que los captores de aquel muchacho desistieran de su propósito. Al final, no fue necesario que Domingo se entregara. Sin embargo, su determinación le ganó el reconocimiento de su pueblo.
Con 24 años de edad fue llamado por el obispo de Osma para ser canónigo de la Catedral. Y a los 25 fue ordenado sacerdote. Más adelante, su obispo tuvo que viajar a Dinamarca por encargo del rey Alfonso VIII y decidió llevar consigo a Domingo. En el viaje, el Santo quedó impactado por el alcance que tenía la herejía del catarismo por aquellas tierras. Santo Domingo se convenció de que la correcta predicación del Evangelio podría apartar del error a los incautos y fortalecer la fe del pueblo.
En 1207, Santo Domingo, junto a algunos compañeros, se entregó por completo a la vida apostólica, renunciando a todo tipo de comodidades y viviendo de limosnas. Él mismo se encargó de formar sacerdotes que predicasen con locuacidad la sana doctrina. Convencido de la necesidad de una buena formación cristiana de los fieles, fundó la Orden de Predicadores (conocidos más tarde como dominicos). La Orden fue constituída en Toulouse, Francia, durante la Cruzada albigense y sería confirmada por el papa Honorio III el 22 de diciembre de 1216.
A lo largo de su vida, el Santo recibió hasta tres pedidos papales para hacerse obispo. Pero él siempre pidió que lo dejaran ocuparse de su Orden. De esta manera, los años posteriores a 1216 fueron de un esfuerzo espiritual extenuante, hasta ver consolidada su fundación. Había crecido mucho la necesidad de albergar las numerosas vocaciones y formarlas debidamente.
Según la tradición, respaldada por numerosos documentos pontificios, cierta noche Santo Domingo, mientras se encontraba en oración, tuvo una revelación en la que la Virgen María fue en su auxilio y le entregó el Rosario como un arma poderosa para ganar almas. La Virgen le enseñó a recitarlo y le pidió que él también hiciera lo propio con todo el que pudiese, con la promesa de que quienes lo recen obtendrían gracias abundantes. Domingo se convirtió así en el más grande propagador de la oración por excelencia a Nuestra Madre, el Santo Rosario.
Los dominicos y los franciscanos -las órdenes mendicantes- se convirtieron en los pilares que sostuvieron a la Iglesia durante las crisis del siglo XIII y la baja edad media. Santo Domingo, amigo de San Francisco de Asís, partió a la Casa del Padre en Bolonia (Sacro Imperio Germánico) el 6 de agosto de 1221. Tenía 50 años. Fue canonizado en 1234 por el Papa Gregorio IX, quien dijo de él: “de la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo”. Su fiesta se celebra cada 8 de agosto.