San Pablo ha estado siempre presente en el arte cristiano, sea en la escultura en la pintura en los vitrales o en los iconos. Su rica iconografía corresponde a su figura emblemática en la configuración y difusión del cristianismo. En la escultura, como está representado por ejemplo a la entrada de su Basílica en Roma, aparece solitario, con su espada en una mano y con el libro o el manuscrito de sus cartas en la otra. Ésta suele ser una imagen adusta, seria e imponente, aunque pinturas como la de Pedro Pablo Rubens no lo sean menos. La fuerza de su palabra y el testimonio vigoroso de su vida se reflejan en su semblante y en su porte, muy bien captados por los artistas cristianos.
Aunque los motivos elegidos por los pintores suelen inspirarse en diversos episodios de su vida, la escena privilegiada es sin duda alguna la del acontecimiento de Damasco, cuando, derribado del caballo y cegado por la luz celestial, se encuentra con Jesucristo resucitado. Generalmente es una escena colorida, llena de luz y dramatismo, aunque algunas veces los artistas parecen brindarle mayor protagonismo al caballo que al mismo Pablo. Este es, sin lugar a dudas, el acontecimiento más relevante de su vida: su encuentro personal con Jesús, a quien él persigue.
El maestro Raffaello pintó en la capilla Sixtina escenas del ministerio de Pablo, como su predicación en el Areópago de Atenas; allí, además de los filósofos, aparece entre sus oyentes Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Damaris. Del mismo artista son la escena del rechazo del mago Elimas, castigado con la ceguera, por obstaculizar la predicación de Pablo ante el procónsul Sergio Pablo; y el sacrificio de Listra, cuando confunden a Pablo con Hermes y a Bernabé con Zeus, y quieren ofrecerles sacrificios. Como se ve, el gran pintor renacentista conocía bien la vida de San Pablo.
Otras escenas preferidas por los pintores son el descenso de Pablo dentro de una canasta desde las altas murallas de Damasco, librándose así de sus perseguidores; su martirio, a golpe de espada en Tre Fontane, en Roma; su éxtasis místico y arrebato al tercer cielo; su naufragio en el mar, la mordedura de la serpiente y su estancia en la prisión o encadenado. Aquí en México, lo encontramos con frecuencia, junto con Pedro, adornando en pareja los retablos o las fachadas de los tempos, conventos y misiones. Recientemente Fray Gabriel Chávez de la Mora, monje benedictino de la abadía del Tepeyac en Cuautitlán-Izcalli, realizó con maestría una pintura de San Pablo, prisionero. Prisionero y encadenado, o en cualquier otra escena de su vida, el mensaje de San Pablo sigue corriendo por el mundo porque, como él decía, “la palabra de Dios no está encadenada”.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro