El próximo 4 de diciembre se cumplirán 50 años de la promulgación que se hizo de la Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II. Un documento que por su naturaleza vino a re-formar las estructuras de lo más sagrado que la Iglesia tiene, es decir, la celebración del “misterio pascual”. Esto no quiere decir que ella vino a cambiar las cosas, al contrario vivo a promover la “forma original” de lo que en verdad es el misterio de Cristo, “la obra de redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada en el pueblo de la Antigua Alianza y que Cristo realizó principalmente por el misterio pascual en su pasión, muerte, resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión al cielo” (cf. SC, 5). Al acudir a las fuentes de la tradición bíblica, patrística y litúrgica, descubrió que era esencial devolver a su lugar dicho misterio como centro del ser cristiano, y por tanto de la vida cristiana, del año, del tiempo cristiano, expresado en el tiempo pascual y en el domingo, que siempre es el día de la Resurrección.
Este principio fundamental promovió la restauración de los valores esenciales y fundamentales como el conocimiento de la Palabra Dios, la importancia de la participación de los fieles, la riqueza de la oración de los labios mediante el Orifico divino al grado de no anteponer nada a este en la vida y en la celebración litúrgica de la Iglesia, de manera que fuera el misterio de Cristo, el alimento sólido de cada cristiano.
Como fruto de la reflexión y estudio del “movimiento litúrgico” promovido en Europa y en algunas partes del mundo, la Constitución conciliar se esforzó por promover la inteligibilidad de la acción sagrada, mediante la cual los fieles puedan encontrarse con Cristo resucitado y a partir de este encuentro promover una “espiritualidad litúrgica”. Es primordial que para ello “los fieles no asistamos a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participemos conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, siendo instruidos con la Palabra de Dios, fortalecidos en la mesa del Cuerpo del Señor, dando gracias a Dios, aprendiendo a ofrecernos a nosotros mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, nos perfeccionemos día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (cf. SC, 48).
Considero que aunque los principios y las normas que ha delineado la Constitución a lo largo de sus 7 capítulos y sus 130 números, el desafío sigue siendo grande, pues es necesario seguir formando permanente el corazón y la mente para poder realmente crear inteligibilidad y una participación que más que una actividad exterior, sea un entrar de la persona, de mi ser, en la comunión de la Iglesia, y así en la comunión con Cristo.
De manera especial en este año de la Pastoral Litúrgica que providencialmente coincide con este aniversario, considero que debemos leer, conocer, estudiar y profundizar el documento conciliar como una memoria y una profecía para nuestro tiempo. Sobre todo los pastores y agentes de pastoral litúrgica. Puedo decir que me siento afortunado de que sea este documento, una cándida luz en la vida de la Iglesia, mi propia vida y ministerio. Pues sin una formación sólida, corremos el riesgo de desvirtuar la acción litúrgica, creyendo que somos dueños y no administradores de la multiforme gracia que hemos recibido.
Pbro. Lic. Israel Arvizu Espino