REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
Nacido en el siglo V, en Nursia, ciudad de Umbría (Italia) Benito responde a un poderoso llamado interior que lo mueve a buscar a Dios en la soledad. Renuncia en Roma a una verdadera carrera eclesial y se somete a la lucha espiritual propia del que busca a Dios, ayudado de la oración y la penitencia, en una cueva estrechísima y fría de piedra blanca en la encrespada montaña.
Un signo de que su vocación es de Dios es su renuncia a las comodidades humanas, pero sobre todo la contraofensiva del maligno que, como sucedió a Jesús de Nazaret en el desierto, se le presenta con intención de hacerlo desistir de su misión. Así también Benito afronta victorioso el combate espiritual, venciendo como Cristo y con Cristo.
No todos saben su historia y que es patrono de Europa, pero sí es muy conocida la medalla de san Benito como defensa contra el mal. La medalla tiene a san Benito por un lado y por el otro, una cruz con una inscripción que es un exorcismo: “Cruz del Santo Padre Benito. Mi luz sea la cruz santa. No sea el demonio mi guía. ¡Apártate Satanás! No me sugieras cosas vanas, porque maldad es lo que brindas. Bebe tú mismo el veneno”.
Benito venció el mal por el encuentro asiduo y la comunión con Jesús en la oración y por su compromiso de vida en el seguimiento del Señor. Por eso la cruz de san Benito no es mágica. Es el rechazo del mal por el poder siempre más grande del amor de Dios. Es superstición si el que la lleva o tiene no lo hace porque Jesús es su Señor. @jesuitaGuillo