La Declaración común firmada por Francisco y el Primado anglicano Welby, a pesar de no ocultar las divergencias y dificultades, abre una nueva estación misionera: «Podemos y debemos estar unidos en la causa común de sostener y defender la dignidad de todos los hombres»
AP
Papa Francisco y Justin Wleby
05/10/2016
ANDREA TORNIELLI
ROMA
«Podemos, y debemos, estar unidos en la causa común de sostener y defender la dignidad de todos los hombres». Poco antes de las 19 horas de este miércoles, 5 de octubre, en la Iglesia de los Santos Andrés y Gregorio en el Monte Celio de Roma, Papa Francisco y el Primado anglicano Justin Welby firmaron una declaración conjunta común que pretende inaugurar una nueva estación misionera. La ocasión para el encuentro son las Vísperas para conmemorar el 50 aniversario del encuentro entre Pablo VI y el arzobispo de Canterbury Michael Ramsey, en 1966, y la institución del Centro Anglicano de Roma. El lugar es muy significativo: desde aquí, recordó Francisco en la homilía, «Papa Gregorio envió a San Agustín de Canterbury y a sus monjes a las gentes anglosajonas, inaugurando una gran página de evangelización, que es nuestra historia común y nos vincula inseparablemente».
Francisco, al comentar la lectura del profeta Ezequiel, dijo que «Dios, en cuanto Pastor, quiere la unidad en su pueblo y desea que principalmente los pastores se gasten por esto», a pesar de las «nieblas de la incomprensión y de la sospecha y, sobre nosotros, de las nubes oscuras de los disensos y de las controversias, formadas a menudo por razones históricas y culturales, y no solo por motivos teológicos».
El Papa después subrayó que la importancia de «promover al mismo tiempo la unidad de la familia cristiana y la unidad de la familia humana», dos ámbitos que «se enriquecen recíprocamente», porque cuando los cristianos ofrecen su servicio «conjuntamente, los unos al lado de los otros», promoviendo «la apertura y el encuentro» y «venciendo la tentación de las cerrazones y de los aislamientos», ellos operan «contemporáneamente tanto a favor de la unidad de los cristianos como de la familia humana».
Es por ello que Francisco sugirió: «Siempre sería bueno, antes de emprender cualquier actividad, que ustedes pudieran plantear estas preguntas: ¿por qué no hacemos esto con nuestros hermanos anglicanos? ¿Podemos ofrecer testimonio de Jesús actuando junto a nuestros hermanos católicos?». «Que Dios les conceda siempre ser promotores de un ecumenismo audaz y real, siempre en el camino en la búsqueda para abrir nuevos senderos», siguiendo «el ejemplo del Señor»: ir en busca de «la oveja perdida, volver a llevar al redil a la oveja perdida, vendar a la herida, curar a la enferma. Solo de esta manera se reúne el pueblo disgregado».
El Papa después tomó la imagen del bastón pastoral de San Gregorio Magno, que en el centro de la parte curva tiene una representación del Cordero Resucitado. «El amor del Cordero victorioso sobre el pecado y sobre la muerte es el verdadero mensaje innovador que debemos llevar juntos a los perdidos de hoy y a todos los que no tienen todavía la alegría de conocer el rostro compasivo y el abrazo misericordioso del Buen Pastor. Nuestro ministerio consiste en iluminar las tinieblas con esta luz gentil, con la fuerza inerme del amor que vence el pecado y supera la muerte».
«Tenemos la alegría de reconocer y celebrar juntos el corazón de la fe. Volvamos a centrarnos en él —dijo el Papa— sin dejar que nos distraiga todo lo que, invitándonos a seguir el espíritu del mundo, querría distraernos de la frescura original del Evangelio». Francisco después recordó que los bastones pastorales tienen a menudo, en el extremo opuesto, una punta. Para picar a las ovejas «que tienden a estar demasiado cerca y encerradas, exhortándolas a salir. la misión de los pastores es la de ayudar al rebaño que les ha sido encomendado, para que esté “en salida”, en movimiento al anunciar la alegría del Evangelio; no encerrado en círculos reducidos, en “microclimas” eclesiales que nos volverían a llevar a los días de las nieblas y de las nubes».
En la Declaración común, Francisco y Welby se dicen convencidos de que la llamada para los cristianos de hoy es la de «llevar el mensaje de salvación del Evangelio particularmente a los que están al margen y en las periferias de nuestras sociedades». El Papa y el Primado dan gracias «por los resultados de la Comisión Internacional anglicana-católica». Y por los nuevos documentos comunes que están por ser suscritos.
Francisco y Welby reconocen las dificultades más antiguas y las «nuevas circunstancias» que han provocado «nuevos desacuerdos entre nosotros, particularmente en relación con la ordenación de las mujeres y cuestiones más recientes relacionadas con la sexualidad humana. Detrás de estas divergencias —se lee en la Declaración— permanece una perenne cuestión sobre la manera de ejercer la autoridad en la comunidad cristiana».
«No vemos todavía soluciones a los obstáculos que están frente a nosotros», admiten los dos firmantes, pero «no estamos desanimados». Las divergencias, de hecho, no deberían entorpecer «nuestra oración común: no solo podemos rezar juntos, sino que debemos rezar juntos, dando voz a la fe y a la alegría que compartimos en el Evangelio de Cristo».
«El mundo debe vernos dar testimonio, en nuestro actuar juntos, esta fe común en Jesús. Podemos y debemos trabajar juntos —se lee en uno de los pasajes más importantes del texto— para proteger y preservar nuestra casa común: viviendo, instruyendo y actuando para favorecer un rápido fin de la destrucción ambiental, que ofende al Creador y degrada a sus criaturas, y generando modelos de comportamiento individuales y sociales que promuevan un desarrollo sostenible e integral por el bien de todos. Podemos, y debemos, estar unidos en la causa común de apoyar y defender la dignidad de todos los hombres. La persona humana es rebajada por el pecado personal y social. En una cultura de la indiferencia, muros de enajenación nos aíslan de los demás, de sus luchas y de sus sufrimientos, que también muchos de nuestros hermanos y hermanas en Cristo hoy soportan».
«En una cultura del desperdicio, las vidas de los más vulnerables en la sociedad a menudo son marginalizadas y descartadas. En una cultura del odio —continúa la Declaración común— asistimos a inenarrables actos de violencia, a menudo justificados por una comprensión distorsionada del credo religioso. Nuestra fe cristiana nos lleva a reconocer el inestimable valor de cada vida humana y a honrarla mediante las obras de misericordia, ofreciendo instrucción, curas médicas, comida, agua limpia y refugio, tratando siempre de resolver los conflictos y de construir la paz. En cuanto discípulos de Cristo, consideramos sacra a la persona y, en cuanto apóstoles de Cristo, debemos ser sus abogados». Este es el compromiso común para un nuevo impulso misionero ecuménico.