Audiencia de Francisco a los que participaron en el 55o capítulo general de la Orden de los Agustinos Recoletos; los invitó a compartir el don que cada uno es para el otro
Papa Francisco
El lema de este 55o capítulo general fue «Una oración que sale de lo más íntimo del corazón de San Agustín», subrayó el Papa citando un pasaje de las «Confesiones»: «Toda nuestra esperanza está en tu gran misericordia. Danos lo que mandas y manda lo que quieras». Esta invocación, prosiguió Francisco, «nos lleva a ser hombres de esperanza, de horizontes, capaces de poner toda nuestra confianza en la misericordia de Dios, sabiendo que no somos capaces de afrontar con solo nuestras fuerzas los desafíos que el Señor nos ofrece. Nos sabemos pequeños e indignos, pero en Dios está nuestra seguridad y alegría, Él no defrauda nunca y Él es Aquel que nos guía misteriosamente y con amor paterno».
Para «crear la renovación y el impulso necesario para volver a Dios», prosiguió Francisco, es necesario pedir a Dios: «Danos lo que mandas», o sea su amor, que debemos descubrir «en cada evento, en cada fase de la vida». El pasado, explicó el Papa, «nos ayuda a volver al carisma y saborear toda su frescura e integridad. Nos da también la posibilidad de subrayar las dificultades que han surgido y la manera en la que han sido superadas, para afrontar los desafíos actuales, viendo hacia el futuro».
«La memoria grata de su amor en nuestro pasado», prosiguió el Pontífice, «nos impulsa a vivir con pasión el presente y el futuro, y cada vez con mayor valentía. Entonces podemos pedir: “Manda lo que quieras”. Pedir esto implica la libertad de espíritu y la disponibilidad. Significa que Dios es el dueño de nuestra vida y que no hay ningún otro, y sabemos que si Dios no ocupa su lugar preciso, los demás lo harán por Él. Y cuando el Señor está en el centro de nuestra vida, todo es posible; no cuenta ni el fracaso ni ningún otro mal, porque es Él quien está en el centro y es Él quien nos guía».
«En este momento, particularmente, Él nos pide que seamos sus “creadores de comunión”. Estamos llamados a crear, con nuestra presencia en medio del mundo, una sociedad capaz de reconocer la dignidad de cada persona y de compartir el don que cada uno es para el otro. Con nuestro testimonio vivo y abierto de lo que nos manda el Señor, mediante el aliento de su Espíritu, podremos responder a las necesidades de cada persona con el mismo amor con el que Dios nos ha amado. Así, muchas personas están esperando que vayamos a su encuentro y que las veamos con la ternura que hemos visto y recibido de Dios. Este es el poder que tenemos, no el de nuestros ideales y proyectos, sino la fuerza de su misericordia que transforma y da la vida».