2016-12-08 Radio Vaticana
(RV).- En la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María el Papa Francisco rezó el Ángelus con los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro el jueves 8 de diciembre. Al comentar las lecturas bíblicas del día, el Obispo de Roma explicó que presentan dos pasajes cruciales en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios que conducen, de alguna manera, a los orígenes del bien y del mal.
El primero nos lo presenta el Libro del Génesis con el no de los orígenes, cuando la tentación hizo que el hombre prefiriera bastarse por sí mismo ignorando a su Creador, saliendo de la comunión con Él, alejándose y perdiéndose, víctima del pecado que produce miedo. Sin embargo, el Papa Bergoglio dijo que Dios jamás deja al hombre a merced de su mal, sino que lo busca con tanta paciencia, como suele hacer una madre o un padre con el hijo que ha caído en alguna situación negativa.
El segundo pasaje crucial que narra en esta ocasión el Evangelio se refiere al momento en que el Señor viene a habitar entre nosotros haciéndose hombre. Lo que se hace posible – explicó Francisco – gracias a un gran sí, en contraposición al no de los orígenes. El sí definitivo, pleno y sin condiciones de María – la “llena de gracia”, la que carece de sombra de mal – en el momento de la Anunciación. El sí más importante de la historia de la humanidad, que difiere de nuestro modo de actuar.
El Santo Padre recordó que también para cada uno de nosotros hay una historia de salvación hecha de sí y de no a Dios. Y puso de manifiesto que solemos ser expertos en los sí a medias, lo que nos lleva a cerrar la puerta al bien, con lo que el mal se aprovecha de los sí que faltan.
Por eso Francisco insistió en que cada sí pleno a Dios da origen a una historia nueva de donde se deduce que decir sí a Dios es algo verdaderamente “original”. Y concluyó afirmando que “cada sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás”, a la vez que invitó a decir este sí con generosidad y confianza – como María – este sí personal a Dios.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
Texto de las palabras del Santo Padre Francisco antes de rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas ¡buena fiesta!
Las lecturas de esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María presentan dos pasajes cruciales en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios: podríamos decir que nos conducen al origen del bien y del mal. Estos dos pasajes nos conducen al origen del bien y del mal.
El Libro del Génesis muestra el primer no, el no de los orígenes, el no humano, cuando el hombre ha preferido mirarse a sí mismo antes que a su Creador, cuando ha querido actuar por su cuenta, ha elegido bastarse a sí mismo. Pero, haciendo de este modo, saliendo de la comunión con Dios, se ha perdido precisamente a sí mismo y ha comenzado a tener miedo, a esconderse y a acusar a quien le estaba cerca (Cfr. Gen 3, 10.12). Pero estos son los síntomas: el miedo, siempre un síntoma de no a Dios, indica que estoy diciendo no a Dios; acusar a los demás y no mirarme a mí mismo indica que me estoy alejando de Dios. Y esto hace el pecado. Pero el Señor no deja al hombre a merced de su mal; inmediatamente lo busca y le dirige una pregunta llena de preocupación: “¿Dónde estás?” (v. 9). Como si dijera: “Pero detente. Piensa, ¿dónde estás?”. Es la pregunta de un padre o de una madre que busca al hijo perdido: “¿Dónde estás? ¿En qué situación te has metido?”. Y esto Dios lo hace con tanta paciencia, hasta colmar la distancia que se ha creado en los orígenes. Éste es uno de los pasajes.
El segundo pasaje crucial, que narra hoy el Evangelio, es cuando Dios viene a habitar entre nosotros, se hace hombre como nosotros. Y esto ha sido posible por medio de un gran sí – el del pecado era el no; éste es el sí, ¡es un gran sí! – el de María en el momento de la Anunciación. Por este sí Jesús ha comenzado su camino por las calles de la humanidad; lo ha comenzado en María, transcurriendo los primeros meses de su vida en el seno de su mamá: no ha aparecido ya adulto y fuerte, sino que ha seguido todo el recorrido de un ser humano. Se ha hecho en todo igual a nosotros, excepto en una cosa: aquel no. Excepto el pecado. Por esto ha elegido a María, la única criatura sin pecado, inmaculada. En el Evangelio, con una sola palabra, ella es denominada “llena de gracia” (Lc 1, 28), es decir henchida de gracia. Quiere decir que en ella, de inmediato llena de gracia, no hay espacio para el pecado. Y también nosotros, cuando nos dirigimos a ella, reconocemos esta belleza: la invocamos “llena de gracia”, sin sombra de mal.
María responde a la propuesta de Dios diciendo: “He aquí la sierva del Señor” (v. 38). No dice: “Pero, esta vez haré la voluntad de Dios, me vuelvo disponible, después veré…”. ¡No! El suyo es un sí pleno, total, para toda la vida, sin condiciones. Y así como el no de los orígenes había cerrado el pasaje del hombre a Dios, del mismo modo el sí de María ha abierto el camino a Dios entre nosotros. Es el sí más importante de la historia, el sí humilde que derroca el no soberbio de los orígenes, el sí fiel que cura la desobediencia, el sí disponible que vuelca el egoísmo del pecado.
También para cada uno de nosotros hay una historia de salvación hecha de sí y de no. Pero a veces, somos expertos en los sí a medias: somos buenos en hacer de cuenta que no entendemos bien lo que Dios querría y la conciencia nos sugiere. También somos astutos y para no decir un no verdadero y propio a Dios decimos: “Pero, discúlpame, no puedo”, “hoy no, pienso mañana”; “pero mañana seré mejor, mañana rezaré, haré el bien, pero mañana”. Y esta astucia nos aleja del sí, nos aleja de Dios y nos lleva al no, al no del pecado, al no de la mediocridad. El famoso “sí, pero…”: “Sí, Señor, pero…”. Pero así cerramos la puerta al bien, y el mal se aprovecha de estos sí que faltan. ¡Cada uno de nosotros tiene una colección de ellos dentro! Pensemos, encontraremos tantos sí que faltan. Es así. En cambio cada sí pleno a Dios da origen a una historia nueva: decir sí a Dios es verdaderamente “original”, es origen, no el pecado, que nos hace viejos por dentro. ¿Han pensado esto, que el pecado nos envejece por dentro? ¡Nos envejece pronto! Cada sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás. Como María con su propio sí.
En este camino de Adviento, Dios desea visitarnos y espera nuestro sí. Pensemos: “Yo, hoy, ¿qué sí debo decir a Dios?”. Pensemos. Nos hará bien. Y encontraremos la voz del Señor dentro, de Dios, que nos pide algo, un paso adelante. “Creo en Ti, espero en Ti, Te amo; que se haga en mí tu voluntad de bien”. Estos sí. Con generosidad y confianza, como María, digamos hoy, cada uno de nosotros, este sí personal a Dios.