“Dios no mandó a su Hijo para aniquilar a los malvados”
07/09/2016
IACOPO SCARAMUZZI
CIUDAD DEL VATICANO
«Dios no mandó a su Hijo al mundo para castigar a los pecadores ni para aniquilar a los malvados». El Papa reflexionó sobre el episodio evangélico de Juan el Bautista, que esperaba un Mesías «juez», para subrayar que la justicia que era el centro de su predicación «en Jesús se manifiesta en primer lugar como misericordia». Durante la Audiencia general también advirtió sobre las falsas «imágenes de Dios que todavía podrían imponerse: una fe «a medida», Dios utilizado para «justificar los propios intereses o incluso el odio y la violencia», como «refugio psicológico», como simple «buen maestro de enseñanzas éticas» o descuidando «el impulso misionero capaz de transformar el mundo y la historia», que nace de la fe cristiana.
Francisco resumió el episodio que narra el Evangelista Mateo, en el que Juan el Bautista, que esperaba a un Mesías «descrito con colores fuertes como un juez que finalmente habría instaurado el reino de Dios y purificado a su pueblo, premiando a los buenos y castigando a los malos», envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús, que ya había comenzado su predicación: «¿Eres tú quien debe venir o debemos esperar a otro?»- Él, recordó el Papa, «responde que es el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que va al encuentro de todos llevando la consolación y la salvación, y de este modo manifiesta el juicio de Dios. Los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los sordos recuperan su dignidad y no son más excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a vivir, mientras que a los pobres le es anunciada la Buena Noticia. Y esta se convierte en la síntesis del actuar de Jesús, que en este modo hace visible y tangible el actuar mismo de Dios. El mensaje que la Iglesia recibe de esta narración de la vida de Cristo es muy claro. Dios no ha mandado a su Hijo en el mundo para castigar a los pecadores ni para aniquilar a los malvados. A ellos, en cambio, se les dirige la invitación a la conversión de modo que, viendo los signos de la bondad divina, puedan reencontrar el camino de regreso». La justicia, subrayó el Papa, «que el Bautista colocaba al centro de su predicación, en Jesús se manifiesta en primer lugar como misericordia. Y las dudas del Precursor no hacen más que anticipar el desconcierto que Jesús suscitará a continuación con sus obras y sus palabras».
«“¡Beato aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!”. Escándalo significa “obstáculo”», explicó el Papa. «Por eso Jesús advierte sobre un particular peligro: si el obstáculo a creer es sobre todo sus acciones de misericordia, eso significa que si tiene una falsa imagen del Mesías», insistió. Y «la amonestación de Jesús es siempre actual: también hoy el hombre construye imágenes de Dios que le impiden disfrutar su presencia real. Algunos se recortan una fe que “cada uno hace a su medida” y que reduce a Dios en el espacio limitado de los propios deseos y de las propias convicciones. Pero esta fe —concluyó Papa— no es conversión al Señor que se revela, más bien, impide el provocar nuestra vida y nuestra conciencia. Otros reducen a Dios a un falso ídolo; usan su santo nombre para justificar los propios intereses o incluso el odio y la violencia. Para otros todavía Dios es solamente un refugio psicológico para ser tranquilizados en los momentos difíciles: se trata de una fe plegada en sí misma, impermeable a la fuerza del amor misericordioso de Jesús que empuja hacia los hermanos. Otros todavía consideran a Cristo solo un buen maestro de enseñanzas éticas, uno entre tantos de la historia. Finalmente, hay quien sofoca la fe en una relación puramente intimista con Jesús, anulando su impulso misionero capaz de transformar al mundo y la historia. Nosotros cristianos creemos en el Dios de Jesucristo, y su deseo es aquel de crecer en la experiencia viva de su misterio de amor».
Francisco cerró la catequesis expresando una esperanza: «comprometámonos, pues, a no interponer algún obstáculo al actuar misericordioso del Padre, pero pidamos el don de una fe grande para ser también nosotros signos e instrumentos de misericordia».
Entre los saludos en diferentes lenguas después de la Audiencia, el Papa habló en alemán a los fieles de la diócesis de Passau. «El domingo pasado», dijo a los peregrinos italianos, «celebramos la canonización de Madre Teresa de Calcuta. Queridos jóvenes, sean como ella, artesanos de misericordia; queridos enfermos, sientan su cercanía compasiva, especialmente en la hora de la cruz; y a ustedes, queridos recién casados, invóquenla para que nunca falte en las familias el cuidado y la atención por los más débiles».