1. El Apóstol San Juan en la primera carta que dirige a los cristianos escribe con la conciencia que tiene que ofrecer herramientas para una maduración en la fe. El afirma: si tienen al Hijo de Dios, tienen la verdad, están en el camino del auténtico amor y están en comunión con Dios mismo (1 Jn 1, 3). Pero quizá nos engañamos a nosotros mismos cuando pretendemos estar en Cristo. Por eso precisa los criterios y las condiciones que nos permiten verificar si realmente andamos en la luz y vivimos en el amor.
2. Dice: “Lo que hemos visto y oído se los anunciamos también a ustedes para que estén en comunión con nosotros, pues nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1, 3).
3. Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo muerto y resucitado, en la comunión en el espíritu Santo (2 Cor 13, 139. El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: un pueblo reunido por la unidad del padre y del Hijo y del espíritu Santo, llamada en Cristo “como sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad con todo el género humano. La comunión de los fieles y de las Iglesias particulares en el pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad. (DA 155).
4. La Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini, nos da pautas para entender y poder hacer una hermenéutica de lo que el Apóstol nos dice, cito: “En definitiva, la llamada al sacerdocio requiere ser consagrados «en la verdad». Jesús mismo formula esta exigencia respecto a sus discípulos: «Santifícalos en la verdad. Tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo» (Jn 17,17-18). Los discípulos son en cierto sentido «sumergidos en lo íntimo de Dios mediante su inmersión en la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es, por decirlo así, el baño que los purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios».Y, puesto que Cristo mismo es la Palabra de Dios hecha carne (Jn1,14), es «la Verdad» (Jn 14,6), la plegaria de Jesús al Padre, «santifícalos en la verdad», quiere decir en el sentido más profundo: «Hazlos una sola cosa conmigo, Cristo. Sujétalos a mí. Ponlos dentro de mí. Y, en efecto, en último término hay un único sacerdote de la Nueva Alianza, Jesucristo mismo». Es necesario, por tanto, que los sacerdotes renueven cada vez más profundamente la conciencia de esta realidad” (Cfr. VD 80).
5. Por lo que se refiere a la vida consagrada, el Sínodo ha recordado ante todo que «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida». En este sentido, el vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte «en “exegesis” viva de la Palabra de Dios». El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que «ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla», dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica (Cfr. VD 83).
6. Invito a cada uno de ustedes queridos sacerdotes, en primer lugar, a “sentirse felices por el llamado que Dios nos ha hecho a vivir en comunión con él, esta es la clave de nuestra vida, quien no se siente feliz y realizado con el estilo de vida que el Señor le ha compartido, es momento de recomenzar desde Cristo.
7. Segundo a ser conscientes que nuestra vida es “sacramento de unidad para la Iglesia”, el hecho de haber sido introducidos en el Sagrado Orden, es ya la prueba que nuestra vida es comunión, la palabra “Orden” en su sentido más pleno se refiere a un grupo determinado no sólo jurídicamente sino que va más allá, tocando las entrañas de una realidad que es comunión. Pues con especial predilección se nos ha elegido no para estar en un coetus aislado de la realidad cristiana, al contrario para hacernos participes de la salvación de Cristo, renovando en su nombre el sacrificio redentor, preparando el banquete, fomentando la caridad, alimentando con la Palabra, fortificándolo con los sacramentos y consagrando su vida a Dios y a la salvación de sus hermanos nos esfuercen por reproducir en nosotros mismos la imagen de Cristo, dando testimonio constante de fidelidad y de amor (Cfr. Prefacio de la ordenación Sacerdotal).
8. La vida consagrada no puede verse y sentirse excluida somos parte del mismo “Orden” solamente que con un carisma diferente al servicio de la Iglesia. Siendo un don del Padre por medio del Espíritu a su Iglesia, y constituye un elemento decisivo para su misión. Es un camino de especial seguimiento de Cristo para dedicarse a él con un corazón decisivo.
9. “En comunión con los pastores, los consagrados y consagradas son llamados a hacer de sus lugares de presencia, de vida fraterna en comunión y de sus obras, espacios de anuncio explícito del evangelio” (Cfr. DA 217).
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro