“El cristiano de hoy no se encuentra más en la primera línea de la producción cultural”, señalan preocupados nuestros obispos en el documento de Aparecida (Nº 509). Es una constatación grave y dura, porque la fe que no se hace cultura, desaparece tarde o temprano. Nos estamos convirtiendo en enterradores de la fe. El texto citado reafirma el aserto explicando que el cristiano ahora sólo recibe la influencia y el impacto cultural de la ciudad, del ambiente, de los medios de comunicación. El católico medio es un receptor pasivo, víctima impotente del entorno cultural, caña agitada por todo viento de doctrina y de superstición. La fe y la vida cristiana se encuentran en estado de decrepitud. Añaden nuestros pastores: “La ciudad se ha convertido en el lugar de las nuevas culturas que se están gestando e imponiendo con un nuevo lenguaje y una nueva simbología… (que) se extiende también al mismo mundo rural” (A 510). Dejo de citar, pero nadie puede decir que el mal no le alcanza ya, en el agro o en la ciudad.
Son ya trece años que el semanario “El Observador”, con su inserto diocesano“Comunión”, está librando, pluma en ristre, esta descomunal batalla por la cultura católica. Es, en palabras de san Pablo, el “hermoso combate” de la fe. ¿Habrá todavía quien no haya caído en la cuenta? Sin duda que alguno habrá, pero esperamos que cada día sea mayor el número de los convencidos y decididos a mantener el esfuerzo. Sí; la lectura, y más la cultural y cristiana, no goza de especial aprecio entre nosotros. Las estadísticas y las encuestas nos señalan tristemente como un pueblo que no lee, casi ni en la escuela. Los católicos tenemos una oportunidad de ser distintos y mejores, poniendo el aprecio sobre el precio y generando cultura y saber. Hay que leer.
La Iglesia en México quedó gravemente lastimada después de la persecución religiosa y ha emprendido un fatigoso proceso de recuperación. El Concilio causó desconcierto en algunos, pero sus retos habrán de ser disparadores de la nueva cultura. Aparecida ha sido ahora un buen empujón; nos invita, con el papa Benedicto, a mirar lejos no atrás. Al Presbítero se le pide “presencia profética que sepa levantar la voz” y comunicar el gozo de la salvación (A 518) y a los Católicos laicos un generoso empeño profesional para incidir “en los centros de decisión y de opinión” para lo cual necesitan espacios abiertos y apoyo decidido en la acción. Bien, pues, por “El Observador” que, en sus más de seiscientos números, bien merece el aplauso agradecido y el apoyo solidario de pastores y fieles. El esfuerzo realizado se debe incrementar. Las actitudes a la defensiva encierran un derrotismo contrario al ímpetu misionero y al gozo pascual.
† Mario De Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro