Mc. 1, 1-8
San Marcos inicia su evangelio ubicando a San Juan Bautista que anuncia la venida del Salvador. Para poder recibirlo dignamente, Juan pide un cambio radical de mentalidad y de actitudes interiores, que se traducen en una nueva forma de ver la vida y recibirlo, que se traducen en una nueva forma de ver la vida y de vivirla.
El grito de Juan el Bautista es “Preparen los caminos del Señor…” y lo hace no precisamente en el Templo de Jerusalén sino en el desierto, lugar de silencio y de encuentro con Dios, pero también de presencia de fuerzas hostiles y de peligros; de ninguna manera trata de agradar, lisonjear o desencadenar aplausos, más bien predica un “bautismo de conversión”, de cambio de vida, de giro de 180 grados. No habla de sí mismo, sino de quien tiene que debe de hablar: del que viene detrás de él, del Mesías. La fortaleza y el don del Espíritu, son los signos que identifican al Mesías esperado, tal como lo habían anunciado desde antiguo los profetas.
Están preparados los caminos del Señor que predica Juan el Bautista en este Adviento, cuando nuestras relaciones humanas dejan de tener indicios de división y propician la unidad en la familia, en la comunidad, cuando se vive la fraternidad, la verdad y no la mentira, actitudes de justicia y no las que denigran la dignidad del hermano, o sea agradando a Dios, que no es indiferente y pasivo ante la injusticia humana; por ello no se sostienen nunca los falsos paraísos en los que pretendemos encontrar la salvación y la felicidad al margen de Dios y contra Dios.
En este Adviento Dios está viniendo, por ello es posible la esperanza. Queremos cambiar muchas cosas, pero al final podemos tener la certeza de que solos no podemos, tenemos necesidad de quien nos bautiza con el Espíritu Santo. El creyente tiene este gran reto, preparar los caminos del Señor, y lo hace negándose a entrar por caminos que no conducen a ninguna parte, esforzándose por quitar todas las resistencias que bloquean el crecimiento y el progreso de una vida y un mundo más auténticamente humano. Cada día es una ocasión y una nueva posibilidad para hacer crecer entre nosotros el Reino de Dios. En cada una de nuestras acciones, por pequeñas que sean estamos contribuyendo a ello.
Muchos laicos y sacerdotes en este momento preparan los caminos para que el Señor llegue a través de su testimonio vivo y concreto; muchas laicas y consagradas realizan ahora este esfuerzo. Hoy recuerdo el testimonio de las Religiosas “Siervas de María, ministras de los enfermos”, cuya tarea es impresionante y más el amor con que la realizan. Su carisma y servicio lo concretan en salir diaria y personalmente, una en cada hogar para atender a un enfermo, y colaborar pasando toda la noche en vela para manifestar en ello el amor de Cristo, mirando en cada uno de ellos el rostro del Señor que sufre y que sigue clamando “tengo sed”. Una tarea infatigable, que en el anonimato de esta gran ciudad han realizado por años y que tantas bendiciones han proporcionado a tantos enfermos en la comunidad de Querétaro; siempre dispuestas a cuidar a quien sea (todos somos hijos de Dios), y dondequiera (actitud del misionero que no tiene frontera para predicar con su vida el amor de Dios). Gracia hermanas por su testimonio. Con audacia, Sor María Catalina Irigoyen, recientemente beatificada y miembro de esta comunidad, decía: nos hemos consagrado “no para vivir bien, sino para hacer el bien”. La mejor manera de preparar los camino del Señor en este adviento y siempre, será sirviendo bien, de tal manera que, Dios que es amor, se haga presente a traes de las obras de amor que te atrevas a realizar, dejando de buscar solamente “estar bien”. Adviento, tiempo de preparar caminos, tiempo de reparar el camino.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro