«No pueden servir a Dios y al dinero»
Lc 16, 1-13
El Evangelio de este domingo nos presenta nuevamente el tema de los bienes materiales, en concreto el dinero. El Resumen final de la perícopa es: «No pueden servir a Dios y al dinero».
Estas palabras de Jesús se insertan en la línea de la lucha contra la idolatría y defensa del primer mandamiento (“no tendrás otros dioses frente a mí”). El AT es en gran parte una condena de los dioses paganos y de los ídolos, que aparecían como rivales del único Dios verdadero. Al principio, los israelitas pensaban que los únicos rivales de Dios eran los dioses de los pueblos vecinos (Baal, Astarté, Marduk, etc.). Pero los profetas les hicieron caer en la cuenta de que los rivales de Dios pueden darse en cualquier terreno, incluido el económico. Para Jesús, la riqueza puede convertirse en un dios al que damos culto y nos hace caer en la idolatría.
Naturalmente, ninguno de nosotros acude a un banco o una caja de ahorros a rezarle al dios del dinero, ni hace novenas a los banqueros. Pero, en el fondo, podemos estar cayendo en la idolatría del dinero. Según el Antiguo y el Nuevo Testamentos, al dinero se le da culto de tres formas:
1) mediante la injusticia directa (robo, fraude, asesinato, para tener más). El dinero se convierte en el bien absoluto, por encima de Dios, del prójimo, y de uno mismo. Este tema lo encontramos en la primera lectura, tomada del profeta Amós.
2) mediante la injusticia indirecta, el egoísmo, que no hace daño directo al prójimo, pero hace que nos despreocupemos de sus necesidades. El ejemplo clásico es la parábola del rico y Lázaro, que leeremos el próximo domingo.
3) mediante el agobio por los bienes de este mundo, que nos hacen perder la fe en la Providencia.
Creo que todos deberíamos preguntarnos sobre estas formas modernas de dar culto al dinero, convirtiéndonos en esclavo y servidores de opresión. La visión cristiana sobre los bienes materiales consiste en entender que en primer lugar Nosotros no somos propietarios sino administradores. Todo lo que poseemos, por herencia o por el fruto de nuestro trabajo, no es propiedad personal sino algo que Dios nos entrega para que lo usemos rectamente. Segundo Esos bienes materiales, por grandes y maravillosos que parezcan, son nada en comparación con el bien supremo de «ser recibido en el cielo». Y finalmente que para conseguir ese bien supremo, lo mejor no es aumentar el capital recibido sino dilapidarlo en beneficio de los necesitados.
Quiera Dios que su Santa Palabra nos forme en la recta administración de los bienes materiales. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro