3 de marzo de 2019
Año Jubilar Mariano
Cada árbol se conoce por sus frutos. No hay árbol bueno que produzca frutos malos.
C.f Lc. 6,39-45
El Evangelio de este domingo nos presenta una crítica seria a la responsabilidad de cada cristiano. El ambiente de corrupción, violencia y descomposición del tejido social no es fruto de la casualidad ni resultado de fuerzas impersonales y anónimas. Detrás de la situación en la que se encuentra nuestro país y nuestra iglesia, hay personas y acciones concretas.
No es extraño que la Palabra de Dios para este día advierta con toda claridad: «No hay árbol bueno que produzca frutos malos., ni árbol dañado que dé fruto sano» es verdad que el ambiente en el que vivimos es el resultado de lo que nosotros hemos construido con nuestras acciones o peor aún con nuestras omisiones. Somos responsables de alguna manera de nuestra realidad.
En una sociedad dañada por la violencia, la corrupción, la pérdida de valores, etc., necesitamos hombres y mujeres de conciencia lúcida y sana, que nos ayuden a avanzar con realismo hacia la paz y el bienestar. No bastan las estrategias. Es importante el talante, el compromiso y la actitud de las personas. Quien se limita a criticar solo enuncia el problema, pero no abona a la solución.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? Esta debería ser una pregunta recurrente al terminar nuestra jornada, porque un verdadero cambio empieza necesariamente con nosotros mismos. Un mundo mejor se empieza a construir con acciones simples pero constantes y eficaces; que distinta sería la realidad si todos empezáramos el día no haciendo a nadie la vida más difícil de lo que ya es. Esforzarnos por vivir de tal manera que, al menos junto a nosotros, la vida sea más humana y llevadera. No envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, nuestra amargura y agresividad. Crear en nuestro entorno unas relaciones diferentes hechas de confianza, bondad y cordialidad.
Hemos de desarrollar también mucho más la capacidad de comprensión. Que las personas sepan que, hagan lo que hagan y por muy graves que sean sus errores, en nosotros encontrarán siempre a alguien que los escuche y las comprenderá. Tal vez hemos de empezar por no despreciar a nadie ni siquiera interiormente. No condenar ni juzgar precipitadamente y sin compasión alguna. La mayoría de nuestros juicios y condenas de las personas sólo muestran nuestra poca calidad humana.
No se trata de cerrar los ojos al mal y a la injusticia del ser humano. Se trata sencillamente de escuchar la consigna de san Pablo: «No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.» La manera más sana de luchar contra el mal en una sociedad tan dañada en algunos valores humanos es hacer el bien «sin devolver a nadie mal por mal…; en lo posible, y en cuanto de ustedes dependa, en paz con todos los hombres» (Rm 12, 17-18). Por eso el Evangelio de este día termina así: el hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón.
Que la celebración de estos Santos Misterios nos traiga la Paz al corazón y con la fuerza del Espíritu iluminemos al mundo con la luz del Evangelio (cf. Fil 2, 15-16). Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro