Y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos
Jn 13,31-35
El evangelio de hoy, aunque muy breve, lo podemos dividir en dos partes. La primera nos sitúa en la noche del Jueves Santo, cuando Judas acaba de salir del cenáculo para traicionar a Jesús y este pronuncia unas palabras desconcertantes.
¿Qué quiere decir Jesús? La primera dificultad está en que usa cinco veces el verbo “glorificar”, que nosotros no usamos nunca, aunque sepamos lo que significa. Nadie le dice a otro: “yo te glorifico”, o “Pedro glorificó a su mujer”. Sólo en la misa recitamos el Gloria, y ahí el verbo va unido a otros más usados: “te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos”. Pero, en el fondo, después de leer la frase diez o doce veces, queda más o menos claro lo que Jesús quiere decir: ha ocurrido algo que ha redundado en su gloria y, consiguientemente, en gloria de Dios; y Dios, en recompensa, glorificará también a Jesús.
Pero, ¿qué es eso que ha ocurrido y que redunda en gloria de Jesús? Que Judas ha salido del cenáculo para ir a traicionarlo. Parece absurdo decir esto. Pero recuerda la primera lectura: “hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”. A través de la pasión y la muerte es como Jesús dará gloria a Dios, y Dios a su vez lo glorificará. Qué ejemplo de vida tan innovador. Hoy se nos vende la idea que para triunfar en la vida se debe generar dinero, cumplir con los estándares de belleza y adoptar muchas conductas y formas que el mercado de la moda y el consumismo dicta. Para los discípulos-misioneros de Jesucristo Resucitado, el camino ya está marcado: La donación amorosa por amor, es el camino seguro para la plenitud. Por eso el texto que hoy leemos reafirma esta idea en la segunda parte que es muy conocida, fácil de entender, pero muy muy difícil de practicar: Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
El amor al prójimo como a uno mismo es algo que está ya mandado en el libro del Levítico. La novedad en este caso consiste en amar “como yo los he amado”, es decir, hasta dar la vida. Para Jesús, este rasgo es el único distintivo del cristiano, y no puede ser sustituido por actos cultuales (misas, etc.) ni por programas ideológicos de cualquier tipo. El sello de autenticidad del cristiano es el amor.
La felicidad no se encuentra en ningún lado, no se vende, no se compra. La felicidad y la plenitud de la vida, son una consecuencia de vivir en el amor. Los cristianos estamos llamados a encarnar los sentimientos de Cristo para que con ello seamos glorificados, es decir podamos tener una vida plena y feliz. Este es el cielo nuevo y la tierra nueva de la que habla el Apocalipsis en la segunda lectura; porque en Cristo, los otros criterios y formas de vida quedan superados, “la primera tierra y el primer cielo desaparecieron”. Para los que hemos aceptado a Jesús Resucitado en nuestras vidas ha comenzado una nueva etapa, Cristo ha hecho todas las cosas nuevas. Dejemos que el ejemplo de Jesús sea nuestro criterio de vida, que el mundo de hoy reconozca que somos seguidores de Jesús porque vivimos amando. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro.