III Domingo de Cuaresma
Del santo Evangelio según san Lucas: 13,1-9
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: «¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante».
Entonces les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ «. Palabra del Señor.
UN PLAZO MÁS
La cuaresma, es revisión de vida. El proceso se llama conversión. La conversión es mucho más que un reconocimiento de errores y corrección de trayectoria; consiste ante todo en poner en el centro de nuestra vida a Dios, como fruto de un encuentro con El. Ver la realidad desde su luz y valorar las cosas según su verdad. Un tiempo, dice el Papa Francisco en que “se nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros”. La decisión de acercarnos a Dios no puede aplazarse a un mañana indeterminado que quizá no llegue nunca. El evangelio de hoy, con la parábola de la higuera, nos apremia con una necesidad de urgencia a dar frutos para cuando el Señor venga. Es decir nos hace llamado un a la conversión.
Una primera lectura de este texto de San Lucas puede producirnos la impresión de hallarnos ante una amenaza. En este texto Jesús corrige la opinión catastrofista que ve en toda desgracia un castigo de Dios, e invita a no mirar las catástrofes desde fuera sino desde el interior.
La adversidad no es argumento de pecado, ni tampoco es la prosperidad argumento de santidad ni de bendiciones divinas. Las leyes naturales s e cumplen sin distinción de personas. El que conduce temerariamente terminara por provocar accidentes; y el que quebranta las leyes morales termina en muerte moral si no cambia de conducta. Son signos de los tiempos y de la condición humana por los cuales nos habla Dios: los que no han sido víctimas no por eso son mejores, y por eso debemos reflexionar para que no nos sorprenda en este estado una desgracia como aquellas. En definitiva son llamadas de Dios a la conversión, la cual no consiste solo en el cambio de una conducta equivocada sino en la orientación del corazón a Dios. La conversión comprende al hombre e su totalidad, con su personalidad, su pensar y querer interior, lo mismo que su actuar exterior. Por ello lo que Jesús hace es abrirnos los ojos y oídos para mirar en otra dirección.
Jesús añade en el texto la parábola de un labriego, que va a buscar frutos en la higuera. Sin duda puede inquietarnos que esa higuera sea yo. A través de ella Jesús nos dice que contamos con un último plazo mientras vivamos; esa es la advertencia que está a la base de este símil. Como ella, podemos haber dado algún día esperanzas a nuestro Dios de que daríamos frutos; le hemos tantas veces ya, prometido tanto, sin embargo él nos recuerda que no basta prometer, aunque sea mucho, hay que dar, por poco que sea. No basta vivir de los dones de Dios, hay que devolvérselos. Como la higuera sin frutos, se nos ha concedido un plazo más, una nueva oportunidad. Quizás la última. El mal que más nos debe preocupar es el bien que no hacemos a los demás.
Según el salmo 102, “El Señor es paciente y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”. Sin embargo, quienes se aman tienen derecho a evaluarse. Llega un momento en el que el amor exige cuentas.
Cuaresma un tiempo de conversión, a la cual no se le puede poner plazos, porque ni Dios mismo se los pone. Tenemos la puerta abierta de la misericordia de Dios para dar el giro que nuestra vida necesita. Cuaresma es el tiempo de sanar, de ser sanado porque solos, la enfermedad del corazón se complica. ¡Confiemos en Jesús!