En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar». Simón replicó: «Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra, echaré las redes». Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos.
Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: «¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!» Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Palabra del Señor.
UN DESPUES EN COMPAÑÍA DEL SEÑOR
Un hermoso pasaje teológico que nos revela la iniciativa de Dios, la experiencia profunda que acompaña la fe, la decisión y la generosidad de la respuesta humana; la estrecha unión entre fe y envío misionero y el impulso misionero de las primeras comunidades.
Todo discípulo, antes de ser llamado a una nueva misión, debe ver como Jesús predica a la multitud y experimentar cuán grande ha sido su poder en los demás. Es decir, a partir de la experiencia de encuentro con Jesús, la vida del hombre cambia, podemos decir, irremediablemente; por ello el Papa Francisco señala, “La alegría del Evangelio llena la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG n. 1). Así, el camino del hombre que sigue a Jesús es de obediencia a su Palabra, por eso el discípulo debe ir a donde le mande el Maestro, aunque sea a ese mar, del que regresa con las manos vacías. La obediencia inútil en apariencia le prepara para el seguimiento, pues le hará presenciar milagros.
Entre los doce escogidos por Jesús, el evangelio señala tres parejas de pescadores; todos ellos se ganaban la vida en el algo, dueños de alguna pequeña empresa o como empleados. La narración de Lucas cuenta que un día el Maestro invita a Pedro a adentrarse en el lago, a remar mar adentro, y a arrojar las redes. El apóstol le dice que ya tuvo un fracaso anteriormente: “Hemos bregado toda la noche y no hemos cogido nada”. Pero añade enseguida desde el corazón: “Pero ya que lo dices tú, echaré las redes”. El resultado fue extraordinario y los asombra sobremanera, de tal manera que llenaron la barca de peces, que casi se hundían.
Esto nos lleva a pensar que quien nos asegure que nunca ha fracasado nos esta mintiendo. Porque esta vida temporal tiene diversas experiencias, entreverando ciertas alegrías, algunos éxitos, muchas ilusiones frustradas y numerosos desengaños. Tantos esfuerzos vanos. Tantas redes vacías. Sin embargo lo que le sucedió a Simón Pedro nos da una gran luz de esperanza, ya que el experimenta un antes mientras luchaba solo, y un después, en compañía del Señor. Una noche colmada de zozobra, y un día luminoso donde la pesca es abundante. Por ello podemos afirmar que la fe no es garantía de que todo nos saldrá bien, pero si podemos estar seguros de no estar nunca solos. Confianza en otro que lo puede todo y nos ama.
La invitación es a creerle a Jesús, ya que creer en Él es aceptar ser aceptados, a pesar de ser o de sentirnos inaceptables en no pocas ocasiones.
Creamos en Él, conscientes de que la fe y la misión no son dos llamadas distintas, sino una sola. Creer es saberse enviado; Lucas con este pasaje, también nos invita a la misión, y a la vez rinde testimonio de la vitalidad misionera de los primeros cristianos; nos subraya que la misión nace del descubrimiento personal del Señor y se apoya solo en la fe en la Palabra de Dios.
Apoyémonos en la oración diciendo: “Señor, gracias porque vas marcando el rumbo de mi vida, y me vas dando las pistas adecuadas. No permitas nunca que me aleje de ti.”
Una oración por el Santo Padre Francisco, misionero incansable, quien refleja en la vida su experiencia del amor de Dios. Viene a México a compartirla y a impulsar nuestra identidad de misioneros. ¡Bienvenido!