Domingo XXXI del Tiempo Ordinario
Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 1-12a
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles y les dijo:
«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos». Palabra del Señor.
LOS AMIGOS DE DIOS
Esta solemnidad honra a todos los amigos de Dios, canonizados o no, que están en posesión de la gloria del cielo. “Es muy conveniente que amemos a estos amigos y coherederos de Jesucristo […] y demos las gracias debidas por ellos” (LG 50). La finalidad es alentar en nosotros el deseo de alcanzar el cielo. Los santos no son personas raras o que hacían cosas extraordinarias, más bien personas normales que en lo ordinario vivían con radicalidad el evangelio luchando por imitar el estilo de vida de Jesús, es decir enamorados de Cristo. Por eso nuestra vocación es la santidad, todos estamos llamados a ella. Surgen en el silencio de las jornadas diarias y en una familia común, como los padres de Santa Teresita del Niño Jesús, que recientemente fueron canonizados.
Los santos asumieron en su vida el programa de vida cristiana que aparece en las bienaventuranzas del texto del evangelio de hoy. Por ello el sermón del monte es una síntesis de vida cristiana. Jesús habla desde un monte, lugar tradicional en la Biblia de la manifestación de Dios; allí los destinatarios son todos: discípulos y muchedumbre en general, es decir es para todos nosotros.
Los que viven esta propuesta de Jesús, que es todo un estilo de vida, y practican estas actitudes, aunque sean perseguidos serán dichosos y tendrán su recompensa en Dios.
En cada una de las bienaventuranzas existe una tensión entre la situación presente y la que está a punto de brotar. Los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los que lloran… van a ver cambiada su suerte. La actual situación no es la querida por Dios. Jesús habla de una actitud interior por la que el hombre acepta lo que es ante Dios y se siente amado por el en lo que es. Los que llevan en el alma esta convicción no se dejan fácilmente deprimir en sus limitaciones, ni se enorgullecen en sus éxitos e irradia una sincera sensación de dicha.
La esperanza ofrecida por Jesús se orienta hacia un Padre, lo cual nos hace que veamos con claridad que no vamos caminando solos por la vida, a pesar de la pobreza o de la persecución. Es cierto que cada uno, como seguidores del Señor debemos de llevar la cruz de cada día, pero la cruz nunca será abandono de Dios. La bienaventuranzas es una enseñanza sencilla para gente sencilla, por eso el Papa Francisco señala: “Pocas palabras, sencillas palabras, pero prácticas para todos, porque el cristianismo es una religión práctica: no es para pensarla, es para practicarla, para hacerla”.
Jesús en el monte, no proclama preceptos ni un programa de imposición, sino que es una invitación desde la perspectiva del amor, que es lo único que capacita al hombre para realizar elevados heroísmos. Por ello vale la pena aceptar la invitación que hace el Papa Francisco comentando este texto: “Si alguno de vosotros hace la pregunta: ‘¿Qué hay que hacer para convertirse en un buen cristiano?’”, aquí encontramos la respuesta de Jesús que nos indica cosas “tan contracorriente” respecto a lo que habitualmente “se hace en el mundo”.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro