En el evangelio de San Lucas se describe la escena donde un maestro de la Ley le pregunta a Jesús qué hacer para ganar la vida eterna, es decir, qué es lo esencial, entre aquella maraña de mandatos que los rabinos presentaban al pueblo; la respuesta de Jesús es sencilla, pero llama al compromiso a sus oyentes y hoy a sus lectores.
El sitio se llamó Adommim, “lugar de los sanguinarios”; una cuesta donde las rocas se han teñido de un ocre cobrizo. Los beduinos y los poetas aseguran que allí se ha derramado mucha sangre. Según la tradición, allí Jesús contó la parábola del buen samaritano.
El doctor de la ley lo remite al capítulo sexto del Deuteronomio: “Escucha Israel, amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, y añade una frase del Levítico, “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Jesús le instruye diciéndole: “Haz esto y tendrás la vida”. Para explicarle quien es su próximo Jesús no responde con teorías sino que le cuenta una historia, la del buen samaritano que nos narra el evangelista.
Saber quién es el próximo es teoría estéril, comprender cuando soy prójimo de quien me necesita, es todo un camino de amor y de misericordia. Esta parábola nos dice que el amor verdadero es desafiante; a aquel viajero, la práctica del amor deshizo sus planes, le quitó tiempo y le vació el bolsillo. Siempre ha sido más cómodo ver el dolor en los demás, pasar de largo y después justificarnos o especular sobre las causas del problema. Por ello en el evangelio de San Juan se nos lanza la propuesta para concretar la fe que profesamos en obras: “No amemos de palabra ni de boca, sino con las obras y en verdad”.
Una invitación: es necesario, como el samaritano, salir de nuestro camino y entrar en la ruta del otro; dejar de lado nuestros proyectos y detenerse ante la vida maltratada y los rostro que sufren; abrir los ojos y guiarse sin prejuicios; tener un corazón compasivo y un actuar inteligente.
Una oración: “Gracias Señor, por tantas personas que has puesto en mi camino, que no me han dejado indiferente, que me han desinstalado. Gracias Señor porque me haces ver con claridad que solo saliendo al camino, a las calles, a los hogares puedo encontrar al hermano golpeado y abatido por soledades y dramas diversos para curar sus heridas. Gracia por permitirme que en la misión permanente pueda tocar tu cuerpo y tu rostro en las personas de los hermanos vulnerables, sufrientes, marginados y sumidos en el olvido de quienes presurosos vamos al templo. Señor, que gaste lo mejor de mí en ellos”.
† Faustino Armendáriz Jiménez
IX Obispo de Querétaro