XX Domingo del Tiempo Ordinario
Del santo Evangelio según san Juan: 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida».
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Jesús les dijo: «Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me come vivirá por mí.
Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre». Palabra del Señor.
PAN DE VIDA, QUE TRANSFORMA
Nos hemos dado cuenta de la insistencia del evangelista San Juan por subrayar esta presencia de Jesús que alimenta plenamente, resaltando con amplitud a Jesús como Pan de Vida. Por ello es importante mencionar que el Evangelio de San Juan aparece a finales del siglo primero. Ya circulaban por las comunidades cristianas las Cartas de San Pablo y los relatos de los demás evangelistas. Ayudados por algunos discípulos, el apóstol redacta una reflexión más elaborada sobre la persona de Jesús y su mensaje. De ahí los amplios discursos que encontramos en su escrito entre ellos, el de el Pan de Vida.
Considero necesario añadir que el evangelista tiene una intención con este discurso: salir al paso de algunas discusiones que se daban en las primitivas comunidades, en contra de la Cena del Señor y de pensamientos que consideraban la Eucaristía como mero símbolo. Frente a ellas, pone la necesidad de tomar parte en la Eucaristía para participar en la vida, y presenta la carne y la sangre del Señor como verdadera comida y bebida.
Jesús afirma de manera contundente: “Este pan es mi carne”; San Juan utiliza el término “carne” en su peculiar sentido bíblico: la totalidad del ser humano. Esta carne o totalidad del ser humano será entregada en sacrificio por la vida del mundo. Se pone el acento en el adjetivo “verdadera”, que significa auténtica, real, no imaginativa o metafórica. Esta declaración sostiene la afirmación de la absoluta necesidad de comer la carne y beber la sangre de Cristo para tener la vida divina y resucitar el último día. Con ello el Maestro está afirmando: “Si me aceptan a mí como Hijo de Dios, yo los cambiaré desde el interior, como lo hace un alimento”.
Para un creyente el pan siempre le habla de Dios. El que se trae a la mesa familiar con el sudor de la frente, es un regalo de la Divina Providencia. El que compartimos con los amigos repite el sacramento de la fraternidad. El que distribuimos en cualquier lugar y entregamos a los necesitados, nos ayuda a imitar a Jesús que parte y comparte el pan con aquellos por los que “sintió compasión”. El de la Eucaristía nos motiva y nos exige a construir, en todos los ambientes, la comunión según el evangelio.
Dejemos que Jesús el Pan de Vida nos transforme y fortalezca. Primero el corazón, la mente, todas nuestras obras. Pero también la propia familia, la comunidad que nos acoge, a todos los que nos rodean. Alimentémonos diariamente de Jesús, porque alimentándonos de Él nos saciaremos de Dios. Privándonos de la Eucaristía, agrandamos nuestra necesidad.
Comamos a Jesús Eucaristía, pero también alimentémonos de El en la oración cotidiana ante el Sagrario. La Beata Madre Teresa de Calcuta decía: “Cada momento de oración, especialmente ante nuestro Señor en el tabernáculo, es una ganancia segura y positiva. El tiempo que empleamos en nuestra audiencia cotidiana con Dios es la parte más preciosa de todo el día”.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro