XXIII Domingo del Tiempo Ordinario – Lc. 9, 51 – 62
El evangelio nos recuerda las exigencias que deben cumplir quienes quieren continuar la misión de Jesús; el recordar que somos bautizados nos compromete a seguir a Jesús pisando sus huellas y luchando por vivir su estilo de vida. Algunos señalan que este viaje de Jesús, más que un viaje geográfico es un viaje teológico, o más aun un viaje de opciones, porque en este recorrido y encuentro con Jesús o se le rechaza o se le acoge siguiendo el camino que el marca. Es un viaje, que más que dirigirse a Jerusalén, lo hace hacia la cruz, donde va a ser despojado de todo, incluyendo su propia vida para ponerse en las manos del Padre.
Esta es la suerte del discípulo, por ello Jesús declara que seguirlo a él es algo esencial y no puede estar sujeto a condicionamientos o incluso pretextos como los que aparecen en la narración de este trozo del evangelio, donde uno quería aplazar el seguimiento hasta que murieran sus padres, otro se vendría con el Señor después de despedirse de los suyos, que tal vez vivían en un sitio distante. A nosotros hoy el Señor nos llama. ¿Nos atrevemos a seguirlo?
A Jesús se le niega la hospitalidad, y el camino que le llevara a la muerte a Jerusalén comienza con un sonado rechazo, sin embargo no deja pasar la oportunidad para dar sus instrucciones a sus discípulos ya que lo que le ha sucedido a él no es una simple anécdota, sino que es signo de lo que le va a suceder al verdadero discípulo. Solamente es digno de acompañarle quien se ocupa del Reino de Dios; cualquier otra preocupación, aunque sea muy razonable y justificada, es inválida para Jesús. Jesús replica que no hay retraso posible para quien es llamado a anunciar el Reino de Dios. Quien sigue a Jesús camino de Jerusalén debe saber a dónde le llevan.
Jesús lo advierte, su seguimiento no es fácil, es duro, y quien le sigue debe afrontarlo y enseñar a otros este camino con el testimonio; por ello, en no pocas ocasiones nos volvemos duros con los demás, solo para mejor olvidarnos de las exigencias de Jesús.
Hoy, Jesús nos invita, antes de que nos comprometamos a seguirle de cerca, a que nos paremos a pensar si vale la pena seguir a quien tan poco nos puede prometer humanamente. Haríamos bien, si nos lo planteáramos hoy.
Los discípulos de Jesús no encuentran ni una buena razón para aplazar su dedicación al trabajo misionero. Jesús no quiere que nada que no sea Dios preocupe de verdad a quienes viven acompañándolo.
Una oración: “Señor ayúdanos a seguirte de verdad, a detenernos, a replantear nuestro seguimiento y estilo de vida. Gracias por no ocultarnos la dureza del camino y fortalece nuestro ánimo para comenzar de nuevo en esta tarea de discípulos misioneros”.