XVI Domingo del Tiempo Ordinario – Lc. 10, 38 – 42
Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». Palabra del Señor.
El evangelio de Lucas nos narra la escena donde se describe la generosidad de Marta y María para con Jesús. De manera clara se describen los elementos que tienen que asumir el seguidor de Jesús: la relación con Dios en su dimensión vertical, que sin duda es fundamental y que se refleja en María, pero no menos importante la relación con los demás, es decir la dimensión horizontal, representada en Marta. Ambas actitudes y relaciones son importantes.
Jesús necesitó ser hospedado entre amigos, porque viviendo para predicar el Reino, andaba sin hogar propio. Al no tener lugar donde reclinar su cabeza, ni donde reposar, según dijo a quienes querían seguirle, dependía constantemente de la buena voluntad de quienes podían acogerle. El Reino le hizo peregrino y le proporcionó amigos, y recibía hospedaje de quienes recibían su palabra. Aceptaba ser acogido de cuantos aceptaban el evangelio de Dios en su corazón. Era una táctica misionera: identificaba a sus amigos, con aquellos que se identificaban con su evangelio y se dejaba servir por quienes, tras haberlo escuchado, ponían sus vidas al servicio de Dios.
Si queremos tener a Jesús en casa, si anhelamos que nos considere sus amigos, tenemos de manera ineludible que aceptar su evangelio. Quien quiera acoger a Jesús ha de acoger su Palabra.
Jesús no alaba a María por no hacer nada, la defiende porque ha hecho de Jesús su propia ocupación. Y es que mejor le hospeda, no quien más le ofrece, sino quien mejor le atiende; quien se dedica a escucharle, le hospeda mejor. Lo que se le debe prestar es el propio tiempo y el corazón; no quiere el dar mayores preocupaciones con su presencia, sino que su presencia ocupe por entero a quien visita. Marta no es corregida por cuanto hace, sino por lo que deja de hacer.
El servicio más preciado que podemos ofrecer a Jesús, quienes estamos dispuestos a recibirle en casa, es de lo más sencillo y el más agradable: gozar de su persona escuchando su palabra. Quien lo escoja lo tendrá para siempre. Dejémosle que Jesús nos hable cuando viene a nosotros; no viene a darnos más trabajo, viene a darnos reposo.
Una invitación: acoger la lección más profunda de Cristo en este pasaje: No conviene que el trabajo nos absorba hasta hacernos incapaces de orar. Acojamos el consejo de San Francisco de Sales: “Haz como los niños pequeños que con una mano se agarran a su padre y con la otra cogen moras a lo largo del seto”.
Jesús motivó a sus seguidores a tener ratos de encuentro con Dios, en medio de sus largas correrías y sus tareas ordinarias. Para ello les explicó muchas cosas, enseñándoles fórmulas precisas como la oración del Padrenuestro. No se entiende pues, la vida de un creyente sino en la imitación simultánea de Marta y María: orar y trabajar, sin descuidar los amplios momentos dedicados totalmente la oración.
Una oración: “Señor, ayúdanos a equilibrar nuestros comportamientos extremos y a vivir armónicamente la tarea y los afectos, la responsabilidad y la contemplación, el hacer las tareas disfrutando de tu presencia sosegante y dinamizadora. Amén.”