Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Palabra del Señor.
Hoy la Palabra de Dios nos invita a contemplar la Trinidad no como un dogma abstracto y extraño a nosotros, sino como un misterio de amor que se ha comprometido totalmente en la salvación de la humanidad, y es precisamente en Jesús donde contemplamos el icono más expresivo de su amor y fidelidad hacia nosotros, como nos lo recuerda el evangelio de San Juan, y donde de manera muy breve se nos ofrece una síntesis muy condensada del mensaje cristiano.
La enseñanza de Jesús nos deja claro como la iniciativa de la salvación parte del Padre, que su motivación no es otra sino el amor que siente haciala humanidad entera y que la finalidad de su actuación es salvar, nunca condenar, es decir comunicar su misma vida plena, una vida que ya no puede ser amenazada ni vencida por la muerte. Para realizar ese proyecto a favor de la humanidad, da lo mejor que tiene, a su Hijo único, de modo que el mundo se salve por él. Es así como se descubre el sentido más profundo de la misión de Jesús. Por ello el Papa Francisco dice: “Nuestra vida fue salvada por la sangre de Cristo. Dejémonos renovar siempre por este amor”.
El Padre nos ha enviado a su Hijo como don y es la mayor prueba de su amor. Dios no desea condenar a nadie, pero hay que dejarse salvar por él, pero esta propuesta puede ser aceptada o rechazada por el hombre. Por ello una posible condenación, no es porque Dios nos castigue, sino que es fruto de la decisión libre y personal de cada uno. Según el evangelista, el juicio no es un acontecimiento futuro, sino que se realiza en el presente, de tal manera que podemos afirmar que la salvación no se improvisa sino que se construye en nuestro transitorio camino con las acciones.
Creer o no creer en Cristo equivale a aceptar o rechazar el amor de Dios, que lo ha enviado para salvar y dar sentido a la vida humana. Vemos por tanto en este pequeño trozo del evangelio como se ha implicado el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la salvación de la humanidad y como nosotros hemos de acoger este don desde la fe.
Cuando vamos casa por casa en la misión permanente, proclamando, “¡Dios te ama…! invitamos a todos, a vivir coherentemente la fe de modo que pueda ser para nosotros fuente de vida verdadera, porque el misterio del amor de Dios, es un camino de vida en plenitud que se nos ofrece, ya que hemos sido engendrados a una vida nueva sumergiéndonos en la vida del Espíritu.
¿Ante este inmenso amor de Dios, que hay que hacer? Responder con fe, abrir el corazón al amor de Dios para poder compartirlo con nuestro estilo de vida junto con las palabras, en la misión. ¿Qué tienes que compartir en este momento? ¿Tenemos la valentía de salir con audacia a proclamar el amor casa por casa?
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro