Domingo IV Ordinario
Lc 4, 21-30
«Ningún profeta es aceptado el su pueblo»
La reacción ante la proclamación de Jesús
El evangelio de este domingo es una continuación del relato de la semana pasado donde Jesús aparte de leer a Isaías, no ha dicho prácticamente nada. Sin embargo, san Lucas indica de inmediato la triple reacción de los presentes: aprobación, admiración y desconcierto. Al parecer, les gusta lo que han oído, pero no comprenden que lo diga alguien a quien conocen desde pequeño.
Si Jesús hubiera sido un político, habría aprovechado la ocasión para ganarse más aún al auditorio, solventando las posibles dudas sobre su autoridad. Sabe lo que esperan de él: no que lea textos de la Biblia sino que haga milagros. Es más fácil que alguien me resuelva los problemas a que me diga cómo puedo resolverlos. Es más fácil recibir una despensa que trabajar por ella. A Jesús le bastaría realizar algún prodigio parecido a los que ha hecho en Cafarnaúm para que todos le aplaudan y crean en él.
Sin embargo, se niega a ello e incluso adopta una postura agresiva. Sin que los nazarenos hayan dado motivo, Jesús da por supuesto que lo van a rechazar. No se basa en nada concreto que hayan hecho o dicho, sino en un proverbio: “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. En consecuencia, tampoco él mira bien a los nazarenos y no hará allí ningún milagro. Igual que Elías fue enviado por Dios a ayudar a una viuda fenicia, y Eliseo a un leproso sirio, él también se siente enviado a los paganos.
Cuando se lee con atención el relato de Lucas surgen varias preguntas:
¿Por qué adopta Jesús una postura tan agresiva?
¿Por qué da por supuesto que lo van a rechazar?
¿Por qué compara su actitud con la de Elías y Eliseo, enviados a los paganos, cuando reconoce haber hecho milagros en Cafarnaúm, que no es una ciudad pagana sino israelita?
¿Por qué reaccionan los nazarenos de forma tan terrible, queriendo matarlo?
¿Por qué ha escrito san Lucas un relato tan fuerte? Porque él no ha pretendido contar lo ocurrido, sino convertir la visita de Jesús a Nazaret en símbolo de la relación de Jesús con el pueblo judío y con los paganos.
Para ello, lo primero que hace es comenzar la actividad de Jesús con esta visita. Mientras san Mateo y san Marcos dicen que Jesús comenzó predicando por los pueblos y aldeas de Galilea, sin concretar cuáles, san Lucas nos sitúa en la sinagoga de Nazaret. Sabe que Jesús no fue aceptado por los nazarenos, ni tampoco por su familia, que lo consideraba medio loco. Recoge y lleva al límite ese rechazo, convirtiéndolo en símbolo de la oposición de la mayor parte del pueblo judío, que terminó provocando su muerte.
En el Nuevo Testamento se indican distintos motivos por los que Jesús entró en conflicto con las autoridades judías: por no observar el sábado, por ser un peligro desde el punto de vista político… En el relato de san Lucas, el motivo principal de conflicto es el nacionalismo de los que quieren un Mesías al servicio exclusivo de Israel, mientras que Jesús se ve enviado a toda la humanidad. Pero nadie debe escandalizarse de eso, mucho menos los judíos: también Elías y Eliseo fueron enviados por Dios a los paganos en unos momentos en que los israelitas estaban muy necesitados de ayuda.
La reacción de la gente que asistió a la sinagoga de Nazaret aquel sábado es también un signo para nosotros. La semana pasada escuchábamos que Jesús ha venido a: “proclamar y a anunciar” un na forma de vida distinta, la forma de vida según el evangelio. Esto no es una oferta barata de bienestar, triunfo, fama y riquezas, sino una nueva manera de afrontar la existencia donde mi persona está implicada, en el Evangelio de Jesús no hay magia, ni fantasía. Lo que hay es una propuesta de vida, de cambio de compromiso, que necesariamente requiere el esfuerzo la donación y el sacrificio. Hoy deberíamos de preguntarnos cuál es nuestra reacción ante el Mensaje de Jesús.