«Éste vino como testigo»
(Jn 1,7)
En este domingo la Palabra de Dios nos presenta nuevamente la figura de Juan, pero a diferencia del domingo pasado que se le llamaba ‘el bautista’ hoy su persona y su misión es definida como ‘testigo de la Luz’. Resulta paradójico que algo tan evidente como la luz requiera de un testigo.
El evangelio de san Juan quiere dejar muy claro que la presencia de Dios entre nosotros no se impone, no es violenta ni fuerza a nadie; siempre es posible evitarle y prescindir de ella. El logos eterno de Dios, hecho hombre en Belén, es la Luz verdadera que exige la libre decisión del hombre, Dios se ha querido manifestar con sencillez, su cercanía a los hombres es tan ordinaria que se corre el riego de no notarla. Por eso es necesario testigos. El cuarto evangelio quiere ser un testigo de Jesús, la Luz verdadera que está entre los hombres pero que muchos no conocen.
La identidad de Juan como testigo queda manifiesta gracias a las preguntas por parte de la comitiva enviada de Jerusalén, por ciertas sospechas sobre su forma de vida. El interrogatorio empieza con un ex abrupto y sin la mínima gentileza. ¿Quién eres tú? Es gracias a la interpelación sobre su identidad que Juan puede auto definirse como testigo de la Luz. Esta pregunta puede ir dirigida a cada uno de nosotros, la sociedad plural en la cual vivimos muchas veces nos exige incluso con violencia dar respuesta sobre quiénes somos, pues solo en la medida en que tomemos conciencia de nuestra verdadera identidad podemos vivir en la verdad.
Todo creyente que toma en serio su fe se convierte en testigo de Jesucristo, es decir anunciador de la verdad para hacer creíble el evangelio de Jesucristo. El hecho puede sonar paradójico, pero es real. Hoy por todas partes vemos muchas decoraciones con motivo de la Navidad, pero para muchos el nacimiento de Jesús es ignorado, su persona es totalmente desconocida, incluso para muchos cristianos; hoy también se cumplen las palabras del evangelio «en medio de ustedes hay uno al que ustedes no conocen.»
Hoy motivados por la Palabra de Dios, meditemos sobre nuestra identidad cristina. ¿Quién soy yo? Responder con humildad y verdad a esta pregunta nos ayudará a vivir con mayor compromiso nuestra propia vocación y misión; el tiempo de adviento sea un impulso para tomar conciencia de que somos testigos de la Luz, todos los católicos debemos ser ‘discípulos y misioneros’ para que nuestros pueblos en Él tenga vida.