En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan a caso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante”. Entonces les dijo esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”. Palabra del Señor.
En este trozo del evangelio Jesús niega de manera contundente la idea de que las desgracias que le suceden al hombre son siempre castigo de Dios diciendo “ciertamente que no”, además de hablar de la necesidad de dar frutos delante de Él, pero al mismo tiempo dando una nueva oportunidad al que lo necesite.
Entre los judíos era muy ordinario creer que las desgracias personales, las situaciones críticas como catástrofes o enfermedades eran castigos de Dios por los pecados cometidos. Era una manera de pensar que favorecía a las clases pudientes, que se daban el lujo de presentar su bienestar como una bendición de Dios. Sin embargo Jesús aprovecha dos sucesos dramáticos para la comunidad recientes, para dar una luz y que se entienda que tales desgracias no las quiere Dios, no es su voluntad, y no significa que eso les suceda a las personas porque son más pecadores que otros.
Al mismo tiempo el Señor llama a la reflexión y a hacer una lectura de las situaciones difíciles como una oportunidad que Dios da para transformar la vida recorriendo un camino de conversión, donde como hijos de Dios vivamos la experiencia de total dependencia de Nuestro Señor. Dios nos habla a través de la historia, no para que la juzguemos, los hechos y las personas de manera banal, sino para que aprendamos a discernir los signos de los tiempos, por más pequeños que estos hechos sean catalogados; signos de los tiempos que como nos exhorta el Concilio, hay que “interpretarlos a la luz del evangelio”. No es cuestión de opiniones.
En medio de la experiencia de ser testigos de tantos acontecimientos que puedan abrumar a la humanidad, vale la pena detenerse, asumiendo la provocación que nos hace la parábola de la higuera a donde el labriego va a buscar frutos. Al no encontrar frutos, da orden de cortarla. ¿Para qué ocupa lugar? Sin embargo el mayordomo intercede: Déjala, Señor, un año más. Yo cavaré alrededor y echaré abono, a ver si da fruto. Si no, entonces la cortarás. Inquieta el saber que esa higuera soy yo, cada uno de nosotros. ¿Habrá encontrado el Señor frutos en mí? ¿Tendré razón en ocupar un lugar sobre la tierra?
Cada uno de nosotros tenemos la respuesta. Pero también tenemos la seguridad de que Dios, en su paciencia, nos sigue dando oportunidades, como lo señala el Salmo 102: “el Señor es paciente y misericordioso… no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”. Tiene que llegar un momento en que el amor exija cuentas.
Podemos decirle al Señor: “no te apartes de mí lado Señor, porque solo contigo puedo hacerlo”. Creo que así oran, creen y ponen en práctica su fe, el grupo de hermanas que encontré en el Hospital General. Fui hoy a saludar a hermanos que hayan perdido un ser querido, cuando miro que entran los miembros del grupo a la amplia sala y repleta de personas, ofreciendo comida para quienes esperan noticias de sus enfermos; la mayoría, si no todos, de escasos recursos. Una larga fila se forma inmediatamente (era medio día) y cada quien recibe el fruto del amor de quienes con tanto cariño buscan ser higueras que den fruto en los campos de Dios, allí en medio de la necesidad, del dolor y de la esperanza. Son detalles que revierten los ambientes de indiferencia ante el dolor de los demás, y que ayudan a hacer una lectura más esperanzadora de una realidad que tenemos que tocar y no sólo mirarla de detrás de nuestro concienzudos análisis de la realidad, y que allí están, y en no pocas ocasiones quedan en las estadísticas.
Dios nos da hoy una nueva oportunidad de dar frutos, en el marco del Año de la Fe. Una fe, como la de aquellas hermanas, de una comunidad católica, que se traduzca en obras.
¡Damos gracias a Dios por el testimonio de servicio y generosidad de Su Santidad Benedicto XVI! Unámonos en oración para que el Señor lo siga fortaleciendo.
† Faustino Armendáriz JiménezIX Obispo de Querétaro