Mt. 26, 14 – 27, 66
El Domingo de Ramos es un día en que se impone una oración que puede moverse entre la alabanza y la contemplación silenciosa. Jesús viene “en nombre del Señor”, pero no para imponerse a la fuerza, sino para entregar su vida como signo del amor más grande. Lo hacemos a la luz del texto de la entrada en Jerusalén, pero también con la iluminación del texto que nos narra la Pasión de Señor; narración que nos ayuda a comprender que el triunfo de Dios es su pasión, porque la pasión es la hora del amor infinito de Dios. La Pasión en el corazón de Cristo inicia en el Cenáculo y justo aquí inicia el triunfo del amor.
Durante la cena Jesús exclama: “Uno de ustedes me traicionará”. El sufrimiento de Jesús no está tanto en el anuncio de la traición, sino en la lacerante verdad de que el traidor es uno de sus doce discípulos que había convivido tanto con Él. Sin embargo la reacción de Jesús es, que después del anuncio de la traición, Él dona la Eucaristía a la Iglesia; así, mientras la humanidad a través de Judas vende a su Señor, Él a través de un acto supremo de amor, rehabilita a la humanidad, ofreciendo Su Cuerpo y Su Sangre. ¡Esta es la admirable victoria del amor!, y es el estilo de Dios y el sentido de la Pascua.
La cruz ofrecida por el hombre a Dios se transforma en el precio del perdón, ofrecido por Dios al hombre; se transforma en Amor.
Dios vence en la pasión, Dios vence también hoy. También nosotros debemos vencer, con el triunfo de Cristo, cada día.
Destacamos también la misericordia de Dios en este texto, especialmente en la mirada y actitud del Señor ante Pedro que lo niega. Pedro advirtió en aquel momento lo absurdo de su comportamiento: Jesús va a morir por él y Pedro se avergonzaba de haberlo conocido. Jesús callaba por amor. Una vez más el triunfo de Dios es la misericordia , afortunadamente Pedro lo entendió, por eso llora amargamente, manifestándose en el perdón inmediato de Dios.
La invitación es a que la Semana Santa nos conduzca a vivir también esta experiencia de sentirnos amados de Dios con un amor infinito, la experiencia de sentirnos atendidos por Dios para perdonarnos pronto.
Por ello tenemos que recuperar el carácter religioso de Semana Santa. Haciendo el esfuerzo, mejor será quedarnos en casa para acudir a las celebraciones litúrgicas y vivir estos días con una atención especial a la verdad profunda de nuestra redención, en memoria de Jesús, en alabanza de Dios, con amor y gratitud. Quien se va de vacaciones, reserve tiempo para asistir a las celebraciones y buscar el modo de vivir esta semana con una especial atención a nuestra vida espiritual. Las vacaciones han privado a muchos cristianos de la fuerza espiritual de estos días santos. Es muy provechoso leer despacio los relatos de la Pasión en los diferentes evangelios, participar en algún Vía Crucis, ayunar de verdad el Viernes Santo, hacer alguna obra especial de misericordia, confesarse, ayudar a nuestros hermanos con obras de caridad. Tenemos que decidirnos a ser cristianos de verdad con todas sus consecuencias.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro