En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y cómo me angustio mientras llega! ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo.
No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estará divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra. Palabra del Señor.
Para poder entender bien este pasaje son necesarias dos cosas:
A) El Reino de Dios es la idea central que lo atraviesa, y esto no es una cosa cualquiera; es lo más importante de todo y ante ello hay que decidirse. Por eso el evangelio de hoy nos invita a tomar una decisión radical por Jesús. No se puede perder el tiempo en consideraciones y excusas, porque el Reino ya está presente.
B) Jesús esta entregado de lleno y con pasión al anuncio de la buena noticia. Desde esta perspectiva se entienden mucho mejor las palabras: “Fuego he venido a traer a la tierra, y ¡como desearía que ya estuviese ardiendo!”.
El mensaje de Jesús es como una espada tajante que se introduce hasta en lo que la sociedad considera más sagrado: la familia. Pone a todos en tensión, porque anuncia y trae un cambio de situación. Por ello, Jesús provoca al mismo tiempo, simpatías profundas y movimientos de viva oposición, y esto tanto entre los ricos como entre los pobres.
Jesús es un mensajero de la paz, pero de una paz que implica justicia y respeto a los derechos de los más indefensos. Proclamar la paz encuentra la oposición de quienes se benefician de un orden social injusto. Señalar las razones de la falta de fraternidad y de justicia les parecerá a algunos querer provocar divisiones.
Al proclamar un mensaje que era fuego, les invitaba a un cambio radical (el fuego es símbolo del Espíritu que separa el bien del mal, la verdad de la mentira, que acrisola lo bueno y pone al descubierto la escoria de las personas y de la sociedad.
El Reino de Dios no viene sin oposición. Tiene que ver con esta sociedad, con la paz y con la guerra, con la riqueza y la pobreza, con el hambre y el confort, con la vida y las muertes, con la seguridad y la violencia. Por eso anunciarlo y construirlo provoca división. Unos a favor y otros en contra.
El seguimiento de Cristo nos enfrenta al propio entorno. Ya en esa lucha hemos de ser constructores de paz, ganando muchas batallas con paciencia y mansedumbre. El seguimiento de Jesús nos exige a cada paso violencias y rupturas. Algunas veces hasta derramar la sangre, como lo anota algunas veces la carta a los hebreos.
Quien lucha con sinceridad en su vida cristiana, en su entrega al servicio de la pastoral, sabe por experiencia cuantas retos tiene que afrontar con quienes quieren abaratar la cruz del evangelio; especialmente cuando se quiere devaluar la radicalidad del evangelio, haciéndolo al gusto de todos sin el compromiso que ello exige. Relativizar la vida cristiana será siempre una lucha que marcará muchas diferencias.
Una invitación: a vivir el evangelio, y a afrontar muchos conflictos. Primero en su propio corazón. Porque, tanto la paz como la guerra brotan de los estratos más hondos de la persona.
Una oración: Gracias Señor, por entrelazar nuestra vida, con tantas otras desvalidas, necesitadas, desprotegidas y solas. Gracias por llamar a la puerta cada día con una cara distinta, para mantener viva nuestra capacidad de entrega, y de fraternizar.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro