DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO
Lc. 19, 1 – 10
JESUS PREFIERE LA CASA DE UN PECADOR
Zaqueo era un enfermo necesitado de médico. Zaqueo, jefe regional de aduaneros tenía un complejo de inferioridad de estatura compensado por el volumen de sus riquezas de dudosa procedencia. Un caso de corrupción que hace de el ante los piadosos judíos, un hombre cuyo contacto había que evitar, y ante Jesús, un enfermo al que hay que curar.
Zaqueo era rico pero pequeño, influyente pero no querido, notable pero no apreciado por los hombres por pertenecer a una profesión odiosa, recaudador de impuesto para la potencia que ocupaba el país. Es uno de tantos que tiene mucho pero les falta más, arcas llenas y corazón vacio, dinero sin estima ni amor, deseos de una dicha que no se vende en los mercados
La historia comienza por el detalle pequeño de subirse a un árbol, para superar el complejo de estatura, desde allí ve y puede ser visto. La decisión es infantil y pudo ser señalado con el dedo y entre risas. Pero en aquella decisión había un profundo deseo más que una simple curiosidad de ver a Jesús. Dios nos ve antes de ser visto, nos conoce antes de dirigirnos a Él. Jesús miro, vio y llamo.
Cuando Jesús lo ve, intuye de inmediato que buscaba este hombre y le dijo con palabras corteses: “Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Las palabras del Señor le llenaron de alegría mientras otros murmuraban: “Este profeta entra en casa de pecadores”. ¿Por qué este rabino no se hospeda con alguna familia respetable de Jericó, la villa que acogía a muchos sacerdotes y levitas?
Precisamente porque Jesús sabía que Zaqueo no era un santo, prefirió su casa y su hospitalidad. Su presencia le va conceder una oportunidad, su convivencia le aproximara al reino. Y Zaqueo, que bien sabía que el origen de sus riquezas era el origen de su injusticia, aprovecho la estancia de Jesús en su casa para renunciar a la mitad de sus bienes, y restituir con creces a quien hubiere defraudado. Zaqueo volvió a ser el hijo de Abraham que Dios había creado y queridos. No le importo no ser lo suficientemente digno, le basto con saberse elegido. No le arredraron la maledicencia de sus paisanos, le basto con oír el deseo de Jesús de alojarse en su casa. Le importo más el querer de Jesús que la opinión de sus contrarios, es decir prefirió hacer la voluntad del Señor.
Nadie es demasiado indigno de Dios, a no ser que se crea ya digno. Todos podemos ilusionarnos con oír un día el ruego de Jesús para que le invitemos a entrar en casa. No perdamos hay la oportunidad que un día aprovecho Zaqueo: invitemos a Jesús a quedarse con nosotros, a entrar en nuestra casa. Pero recordemos que quien convive de verdad con Jesús, tiene que dejar de convivir con lo que le separe de Él. Pero además, que si entra en nuestra casa, nos hará salir de ella para atender a los más necesitados y más alejados. Quien se ha encontrado con Jesús le da un sesgo total y diferente a su vida, dejando detrás la auto referencialidad, entrando en un proceso de conversión permanente, donde los hermanos más necesitados son la prioridad, como lo pensaba Jesús. La conversión con lleva la misión