(Mt 23, 1-12)
« emergencia educativa »
En el evangelio de este domingo, san Mateo nos refiere una escena un tanto difícil en la vida de Jesús (Mt 23, 1-12). Jesús, dirigiéndose a la multitud y a los discípulos con palabras muy duras les dice: muchos se han sentado en la catedra de Moisés, pretendiendo enseñar la sana doctrina, sin embargo, les ha faltado la coherencia de vida. Hasta cierto punto han vivido una ‘esquizofrenia educativa’, pues actúan con una doble personalidad. Es necesario estar atentos para hacer lo que han enseñado y evitar lo que con su estilo de vida han testimoniado.
Jesús subraya que ellos «dicen, pero no hacen» (Mt 23, 3); más aún, «lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar» (Mt 23, 4). Es necesario acoger la buena doctrina, pero se corre el riesgo de desmentirla con una conducta incoherente. Por esto Jesús dice: «Hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen» (Mt 23, 3).
La vida cristiana nos exige estar atentos para no caer en este tipo de trastornos espirituales, mediante los cuales vivamos nuestro cristianismo, desfasados de la realidad. “Diciendo una cosa y haciendo otra”.
La actitud de Jesús es exactamente la opuesta: él es el primero en practicar el mandamiento del amor, que enseña a todos, y puede decir que es un peso ligero y suave precisamente porque nos ayuda a llevarlo juntamente con él (cf. Mt 11, 29-30). «Jesús se sienta en la “cátedra” como el Moisés más grande, que extiende la Alianza a todos los pueblos» (cf. Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 93). ¡Él es nuestro verdadero y único Maestro! Por ello, estamos llamados a seguir al Hijo de Dios, al Verbo encarnado, que manifiesta la verdad de su enseñanza a través de la fidelidad a la voluntad del Padre, a través del don de sí mismo. Jesús condena enérgicamente también la vanagloria y asegura que obrar «para que los vea la gente» (Mt 23, 5) pone a merced de la aprobación humana, amenazando los valores que fundan la autenticidad de la persona.
La ineludible «emergencia educativa» que tanto nos aqueja, requiere que tomemos como método y modelo la enseñanza de Jesús hoy en el Evangelio. Todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo y que solamente así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico, por el contrario sus palabras corren el riesgo de diluirse en el sin fin de mensajes y discursos bonitos. La autoridad del educador no es sólo fruto de experiencia y competencia, sino que se logra sobre todo con la coherencia de la propia vida y con la implicación personal, expresión del amor auténtico. El educador es, en suma, un testigo de la verdad y del bien. También él es frágil y puede tener fallos no por eso su credibilidad queda comprometida. Lo que importa es que recomience siempre de nuevo su tarea, desde la conciencia de su misión.
Para afrontar la «emergencia educativa» se necesitan educadores capaces de compartir lo que de bueno y verdadero hayan experimentado y profundizado en primera persona. No hay mejor definición de lo que es ser testigo ni condición más necesaria para ser maestro.