PALABRA DOMINICAL: DOMINGO 29° DEL TIEMPO ORDINARIO.

Lc 18, 1-8.
¡Viva Cristo Rey!

Mons. Faustino Armendaris

La liturgia de este domingo nos ofrece una enseñanza fundamental: la necesidad de orar siempre, sin cansarse. A veces nos cansamos de orar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello, tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para alcanzar nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús, en cambio, afirma que hay que orar siempre, y lo hace mediante una parábola específica (cf. Lc 18, 1-8).

En ella se habla de un juez que no teme a Dios y no siente respeto por nadie, un juez que no tiene una actitud positiva, sino que sólo busca su interés. No tiene temor del juicio de Dios ni respeto por el prójimo. El otro personaje es una viuda, una persona en una situación de debilidad. En la Biblia la viuda y el huérfano son las categorías más necesitadas, porque están indefensas y sin medios. La viuda va al juez y le pide justicia. Sus posibilidades de ser escuchada son casi nulas, porque el juez la desprecia y ella no puede hacer ninguna presión sobre él. Tampoco puede apelar a principios religiosos, porque el juez no teme a Dios. Por lo tanto, al parecer esta viuda no tiene ninguna posibilidad. Pero ella insiste, pide sin cansarse, es importuna; así, al final logra obtener del juez el resultado. Aquí Jesús hace una reflexión, usando el argumento a fortiori: si un juez injusto al final se deja convencer por el ruego de una viuda, mucho más Dios, que es bueno, escuchará a quien le ruega. En efecto, Dios es la generosidad en persona, es misericordioso y, por consiguiente, siempre está dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración.

La conclusión del pasaje evangélico habla de la fe: «Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8). ). Hoy podemos decir que sí, con alivio y firmeza, al contemplar figuras como la del niño San José Sánchez del Río, a quien el Papa Francisco el día de hoy ha canonizado. Su sangre derramada por amor a la fe es el más claro y genuino testimonio de su amor a Dios y a la Iglesia.

Los biógrafos nos narran que José ya había cumplido 12 años cuando muchos cristianos católicos, después de haber agotado todos los medios pacíficos a fin de frenar las leyes gubernamentales que amparaban la persecución contra la Iglesia y que hacían imposible hasta la celebración de la Santa Misa en toda la nación mexicana, se alzaron a fin de defender su fe. El niño José siempre entendió bien lo que ocurría y pos eso al ver desfilar los cristeros por las calles de Sahuayo y al oír proclamar con todo valor: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, el tambiénanheló convertirse con ellos, en un soldado para defender los derechos de Cristo. A la edad de 13 años logró convencer a su madre y tras su respuesta del general Prudencio Mendoza de ser admitido, se enfiló desempeñado quehaceres que a su edad le eran posibles como: servir de comer a los soldados, dar de comer a los caballos, dirigir el santo rosario, y animaba a todos recordándoles de continuo: “Hoy es fácil alcanzar el cielo” y entonaba un canto que decía: “Al cielo al cielo quiero ir…”al grado de ganarse el apodo de ‘Tarsicio’.

Estando un poco más grande a la edad de 14 años su afán por defender la fe lo llevó al martirio, pues habiendo sido prisionero por profesar su fe, fue condenado a muerte el 10 de febrero de 1928.

Sus verdugos le desollaron los pies para que renegara de su fe, pero no lo lograron, al contrario deseoso de abrazar el cielo a cada bofetada gritaba: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la virgen de Guadalupe!” Uno de sus verdugos Rafael Gil Martínez, le preguntó por crueldad si quería enviarle algún mensaje a su padre, y José respondió: “¡Que nos vemos en el cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” Y de inmediato el verdugo, para acallar esos gritos, sacó su pistola y lo mató con un disparo en la cabeza.

Con toda seguridad podemos decir que fue la vida de oración, lo que a San José Sánchez del Río le motivó a defender su fe, incluso al grado de derramar su sangre y entregar su vida.

Que su ejemplo y testimonio sean hoy para nosotros un motivo para amar a Dios cada vez más, anclar nuestra vida en la oración y sobretodo, luchar para que el nombre de Cristo sea alabado y bendecido en todo lugar.