En el evangelio de hoy (Mt 20, 1-16) Jesús nos cuenta una parábola en la cual el propietario de una viña, en diversas horas del día, llama a diferentes jornaleros a trabajar con él, acodando con cada uno de ellos de pagarles según su voluntad su jornal a cada cual. Al atardecer, comenzando por los últimos, da a todos el mismo jornal: un denario, lo que suscitó la protesta de los que habían sido llamados desde de la primera hora.
Este pasaje nos invita a reflexionar en tres aspectos muy concretos:
Primero: Dios nos llama a trabajar con él. ¡Qué dicha poder colaborar con él! Jesús quiere que cada uno, con sus cualidades, participe en la vida de la Iglesia. Quiere que desde nuestra realidad, nos comprometamos con él en el anuncio del Reino, de tal manera que hagamos nuestros sus proyectos en pro de todos, especialmente de los que más sufren. Dios nos toma en cuenta en su proyecto de redención, pues desea que en este momento de la historia, la salvación siga siendo una realidad al alcance de todos. Allí donde quizá es difícil que llegue porque no hay quien anuncie como testigo el mensaje del amor de Dios, él nos invita a trabajar con él.
Segundo: el tiempo de la elección es diferente para cada uno, para cada persona. Sin duda que cada uno tiene su momento. Dios llama a cada quien a diferente hora del día. En la lógica humana pensaríamos que los mejores son los primeros, sin embargo, hoy esta parábola nos enseña, que lo que realmente importa no la cualidad de la acción sino la acción misma, es decir, lo importante no es saber a qué hora te ha llamado el Señor, sino que el Señor te ha llamado. Lo que vale realmente vale la pena, es que Dios te tome en cuenta y se atreva a ofrecerte un trabajo en su viña. Jesús no tolera, por decirlo así, el desempleo: quiere que todos trabajen en su viña. Por tal motivo, hoy una buena pregunta sería: ¿he sentido la invitación trabajar con él? Si es así ¿le he hecho caso a su propuesta de trabajo? Dejemos que el Señor nos invite a su viña. No importa la hora, lo importante es que nos llame.
Tercero: la recompensa de trabajar con él, independientemente del momento en el cual nos haya llamado, es la misma para todos. En la lógica humana esto sería injusto, sin embargo, como el profeta Isaías dice: “Sus pensamientos no son nuestros pensamientos” (cf. Is 55, 6-9). Dios da lo suyo a quien él quiere. Es evidente que este denario representa la vida eterna, don que Dios reserva a todos. Más aún, precisamente aquellos a los que se considera “últimos”, si lo aceptan, se convierten en los “primeros”,mientras que los “primeros” pueden correr el riesgo de acabar “últimos”. Nuevamente, el evangelio nos hace pensar, no según nuestra lógica, sino según la lógica de Dios. Lo importante es la cualidad y no la cantidad. Si el Señor da todos sus obreros lo mismos, independientemente del momento en el cual cada uno haya comenzado a trabajar, eso no debe ser nuestra preocupación. Nuestra preocupación debería ser que lo que el Señor nos pida, eso lo hagamos bien y con gusto.
Acojamos la invitación del Señor a trabajar en su viña, pero hagámoslo con gusto, con alegría, tan sólo por el gusto de saber que nos ha elegido a trabajar con él. Si al final a todos nos da lo mismo, que eso no sea nuestra lo que nos impida gozar de la recompensa. Pues corremos el riesgo de amargarnos la vida y de amargarle la vida a los demás.
Poder trabajar en la viña del Señor, ponerse a su servicio, colaborar en su obra, constituye de por sí un premio inestimable, que compensa por toda fatiga. Pero eso sólo lo comprende quien ama al Señor y su reino; por el contrario, quien trabaja únicamente por el jornal nunca se dará cuenta del valor de este inestimable tesoro.