DOMINGO 23° DEL TIEMPO ORDINARIO
(Mt 18, 25-20)
«Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado»
El texto del Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de san Mateo, dedicado a la vida de la comunidad cristiana, nos dice que el amor fraterno comporta también un sentido de responsabilidad recíproca, por lo cual, si mi hermano comete una falta contra mí, yo debo actuar con caridad hacia él y, ante todo, hablar con él personalmente, haciéndole presente que aquello que ha dicho o hecho no está bien. Esta forma de actuar se llama “corrección fraterna”: no es una reacción a una ofensa recibida, sino que está animada por el amor al hermano. Comenta san Agustín: «Quien te ha ofendido, ofendiéndote, ha inferido a sí mismo una grave herida, ¿y tú no te preocupas de la herida de tu hermano? … Tú debes olvidar la ofensa recibida, no la herida de tu hermano» (cf. Discursos 82, 7).
¿Y si el hermano no me escucha? Jesús en el Evangelio de hoy indica una gradualidad: ante todo vuelve a hablarle junto a dos o tres personas, para ayudarle mejor a darse cuenta de lo que ha hecho; si, a pesar de esto, él rechaza la observación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco no escucha a la comunidad, es preciso hacerle notar el distanciamiento que él mismo ha provocado, separándose de la comunión de la Iglesia. Todo esto indica que existe una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana: cada uno, consciente de sus propios límites y defectos, está llamado a acoger la corrección fraterna y ayudar a los demás con este servicio particular.
Esto sin duda puede ser el antídoto contra la indiferencia en la que muchas veces nos vemos envueltos, pensando que es mejor ‘no decir nada‘ para no meternos en problemas con los demás. Es muy triste y muy doloroso cuando escuchamos o nos damos cuenta por ejemplo que hay esposos que duran días, semanas o meses sin dirigirse la palabra; cuando en las relaciones laborales preferimos callar en vez de corregir al que anda en malos pasos; es muy duro cuando los en los grupos sociales imponemos la “ley del hielo” a alguno o algunos de los que forman nuestros grupos. Con pensamientos y actitudes así, lo único que hacemos es contribuir para que poco a poco nuestras familias, comunidades o grupos sociales, se encaminen al gran problema de la ‘globalización de la indiferencia‘. “Esta actitud egoísta, de indiferencia, —dice el Papa Francisco— ha alcanzado hoy una dimensión mundial y es también una tentación para los cristianos” (cf. Francisco, Mensaje de Cuaresma 2015).
En el evangelio Jesús da una solución. Junto con la caridad que se manifiesta en la corrección fraterna, Jesús recomienda la oración. Dice Jesús: «Si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 19-20). La oración personal es ciertamente importante, es más, indispensable, pero el Señor asegura su presencia a la comunidad que —incluso siendo muy pequeña— es unida y unánime, porque ella refleja la realidad misma de Dios uno y trino, perfecta comunión de amor. Dice Orígenes que «debemos ejercitarnos en esta sinfonía» (Comentario al Evangelio de Mateo 14, 1), es decir en esta concordia dentro de la comunidad cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la corrección fraterna, que requiere mucha humildad y sencillez de corazón, como en la oración, para que suba a Dios desde una comunidad verdaderamente unida en Cristo.
La corrección fraterna es el camino para contribuir a la comunión, a la unidad. Es alternativa fundamental para sanar el corazón.