XIV Domingo del Tiempo Ordinario – Mt. 11, 25 – 30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: «¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera». Palabra del Señor.
Los primeros cristianos reconocieron a Jesús en la figura de un rey Mesías humilde y pacífico, despojado de rasgos guerreros y portador de justicia y paz universal. Él es, como dice el evangelio de Mateo, “sencillo y humilde de corazón”. Con su humildad ha renunciado a la violencia y al orgullo que impide la entrada de los “sabios” en el Reino. Con su humildad convoca a los “sencillos” para entregarles la revelación del Padre y hacerles donación del Espíritu y a través de él participar en la resurrección de Jesucristo.
En este texto Mateo recoge tres dichos de Jesús, los cuales están en un contexto de rechazo e incredulidad: el primer dicho es una oración de alabanza de Jesús, porque el Padre es como es, y revela la Buena Noticia a los pequeños y sencillos y se oculta a sabios y entendidos; una alabanza que surge desde su propia vida y experiencia, ya que él lo ha visto en su misión. El segundo dicho trata de aproximarnos a su singular relación con el Padre. El Padre conoce al Hijo en profundidad y lo manifiesta en dos momentos culminantes, el bautismo y la transfiguración, cuando revela la condición de Hijo único y amado. El tercer dicho muestra su especial afecto a todos los que por alguna razón se sienten oprimidos y agobiados. Jesús invita a los pequeños y fatigados a que se hagan discípulos suyos tomando el suave y ligero yugo de la Buena Noticia.
A Jesús se le ha revelado el Padre como Dios de los pequeños; su actividad misionera ha creado conflicto y división. Los importantes, los sabios y prudentes, los que están sentados en la cátedra de Moisés no le quieren oír, lo rechazan y lo combaten. Sin embargo ha experimentado la acogida de los “pequeños”, término que se opone a sabios y prudentes y designa más bien a los simples, a los ignorantes, que no tienen habilidad dialéctica o facilidad de palabra; son los pobres, los afligidos, los “no invitados” que tantas veces aparecen en el evangelio. Es así que ha cambiado el destinatario privilegiado de la revelación de Dios, de la Buena Noticia.
Esto no significa que la ignorancia sea una virtud o que el sabio sea un demerito, ya que la fe no es fruto de nuestro esfuerzo sino que es un don gratuito. Muchos esto no lo pueden entender; quienes sí lo aceptan y reconocen son los pequeños, los que no tienen credenciales de reconocimiento.
Una vez más la lógica del Reino no sigue los razonamientos humanos y las cosas del Reino no siempre son para los más preparados, sino para quienes tiene un corazón dispuesto y humilde.
Hoy Jesús nos hace la invitación: “Vengan a mí”. Nos ofrece la oportunidad de conocer a Dios como Padre; para ello hay que acercarse a Jesús, entrar en una relación personal marcada por el seguimiento.
¿Estas fatigado o agobiado? ¡Esta invitación es para ti!
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro