DOMINGO II DE ADVIENTO
Mc. 1, 1-8
San Marcos, desde la primera línea de su libro anuncia la conclusión final: Comienza el evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, es decir proclama la divinidad de Cristo. Escribe una reflexión teológica y sabe muy bien el largo camino que hay que recorrer para llegar desde el primer anuncio del Bautista a la afirmación central de nuestra fe: Jesucristo es el Hijo de Dios. El primer testimonio sobre Jesús y la conclusión final se juntan. Todo el contenido de su libro es evangelio, es decir Buena Noticia. En este libro es Jesús al mismo tiempo mensaje y mensajero, él es la Buena Noticia, el Evangelio. Lo que Jesús trae supera todo, porque el Evangelio es salvación, Buena Noticia para todos, y debe anunciarse a todos.
El Bautista elige como tema de su predicación el de la conversión, y nos la da como consigna espiritual y tema de reflexión para el tiempo de Adviento. Urge la necesidad de detenerse y preguntarse ¿Voy bien? Es tiempo de hacer examen de conciencia con honestidad y valentía. Esta es la manera para no andar fuera de los caminos de Dios; es necesario comenzar hoy, devolverse y recuperar el tiempo perdido. Esto es conversión.
Pero También el Bautista insistirá en anunciar que Dios está cerca. Con su estilo de vida el predica y toca lo esencial, dice la verdad, anuncia la novedad. Nos dice que podemos ser capaces de vivir con austeridad en medio de un mundo de consumo; ser capaces de no dejarse revestir de cosas, de no cosificarnos. La verdad tiene sus exigencias, e impone un modo de vivir también externo.
Juan Bautista nos señala y proclama que para cambiar la sociedad hay un paso previo: la conversión personal. Es sorprendente como podemos llamarnos creyentes en Jesús sin sentir la necesidad de conversión. Fácilmente nos justificamos diciendo, ¿De qué me voy a convertir yo si no hago ni esto ni lo otro, ni…? Algunos creen que son ya buenas personas. Creernos buenos nos está impidiendo ser mejores, descubrir la necesidad de conversión. Nos conformamos con la meta alcanzada. No es que no seas bueno, es que no escuchas a Dios que te pide nueva conversión, no dejas que el Espíritu te lleve a donde Él quiere.
El Mesías necesita personas que se sientan pecadoras, personas urgidas a la conversión. El Mesías no viene para los que ya se sienten intocables y perfectos, personas que cuando escuchan las palabras del profeta, ¡conviertanse!, el corazón se les estremezcan y reconozcan su necesidad de cambio de vida. El Mesías necesita personas que se acerquen al desierto, o sientan desierto en su corazón.
Dios está muy cerca de todo aquel que vive su desierto o se siente pecador, de todo aquel que anhela algo nuevo en su vida, de todo aquel que se agacha para tender la mano a sus hermanos. Aunque al final, la meta no es que solamente este cerca, sino que este en mí, dentro de mí. Por eso el Papa Francisco dice: “Jesús esta con los que son solidarios: donde hay un pesebre –donde alguien levanta una casilla humilde para estar con su familia- allí esta Jesús; donde hay alguien acompañando al que carga con una cruz, una persona enferma o necesitada, allí esta Jesús; donde hay alguien sirviendo a los demás, multiplicando el pan, compartiendo el abrigo, allí esta Jesús; donde está la Virgen los santos que nos juntan para rezar.
En este adviento ¡dejémonos encontrar por Jesús!