PALABRA DOMINCIAL DEL EL 34° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO.

 

(Mt 25, 31-46)

« El amor a los últimos, criterio del juicio »

 

Con este domingo llegamos al final del año litúrgico, que nos ha permitido domingo a domingo, contemplar el misterio de Dios, revelado en su palabra y en sus sacramentos, de modo especial en el banquete de la Eucaristía.

La liturgia hodierna nos ofrece, como en las grandes sinfonías, el último movimiento del capítulo 25 del evangelio según san Mateo (vv. 31-46), en donde de manera triunfante y estimulante Jesús, con un lenguaje jurídico nos habla de lo que ha de suceder cundo venga el Hijo del hombre. Él se sentará en su trono de gloria y apartará a los unos de los otros. Teniendo como punto de referencia la “norma del amor”, puesto en práctica de manera privilegiada con los últimos, a los ojos del mundo.

El Juez último de nuestra vida, ha querido tomar el rostro de los hambrientos y sedientos, de los extranjeros, los desnudos, enfermos o prisioneros, en definitiva, de todos los que sufren o están marginados; lo que les hagamos a ellos será considerado como si lo hiciéramos a Jesús mismo. No veamos en esto una mera fórmula literaria, una simple imagen. Toda la vida de Jesús es una muestra de ello. Él, el Hijo de Dios, se ha hecho hombre, ha compartido nuestra existencia hasta en los detalles más concretos, haciéndose servidor de sus hermanos más pequeños. Él, que no tenía donde reclinar su cabeza, fue condenado a morir en una cruz. Este es el Rey que celebramos.

En este tiempo de gracia, al que Dios nos ha permitido llegar, es muy oportuno que cada uno de nosotros nos detengamos ante la palabra de Dios y revisemos cuál es la norma de nuestra vida.  Jesús nos dice que el criterio de juicio en el último día, será la calidad de nuestras obras con las cuales dimos trato a los últimos del mundo. El Santo Padre nos lo ha dicho en su reciente mensaje para la I Jornada Mundial de los Pobres: «El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres” … Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma» (Francisco, I Jornada Mundial de los Pobres, Vaticano, 13 de junio de 2017).

Que las palabras que se leen hoy en este evangelio «Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo» (Mt 25,34) sean el programa que motive de nuestra vida y de nuestra acción pastoral. Acojamos estas palabras de bendición que el Hijo del hombre dirigirá el Día del Juicio a quienes habrán reconocido su presencia en los más humildes de sus hermanos con un corazón libre y rebosante de amor de Dios. Hermanos y hermanas, este pasaje del Evangelio es verdaderamente una palabra de esperanza, porque el Rey del universo se ha hecho muy cercano a nosotros, servidor de los más pequeños y más humildes.