Hemos recordado en esta semana al incansable y verdadero apóstol sacerdote. Al gran patrono de los sacerdotes, reconocido como el Cura de Ars, San Juan María Vianney. Enamorado de la Eucaristía y maestro de la penitencia. Recibió, entre otros, el don de lágrimas y con su santidad ya en vida conmovió a la Europa de su tiempo.
El año sacerdotal fue declarado por el Papa Benedicto XVI en junio del 2009, poniendo a este admirable santo como ejemplo para los sacerdotes. En aquella ocasión el pontífice hizo un panegírico de este humilde sacerdote que llegó a Ars diciendo: “Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida”, llevando su anhelo hasta el final. Ser sacerdotes santos es lo que el Papa quiso recordar en aquella ocasión en la celebración conmemorativa del 150 aniversario de la muerte del padre Vianney. Su enternecedora trayectoria de amor dejó traslucir su extraordinaria pasión por lo divino. Apóstol que llegó al corazón de cientos de miles de personas con su virtud, en el silencio de su ofrenda y abrazo a la cruz, contemplando la Eucaristía, envuelto en lágrimas.
Cuando oficiaba misa era palpable que lo hacía sabiendo que rememoraba el sacrificio de Cristo. “¡Oh, qué cosa tan grande es el sacerdocio! No se comprenderá bien más que en el cielo… si se entendiera en la tierra, se moriría, no de susto sino de amor”. “¡Qué desgracia es un sacerdote sin vida interior!”.
La vida de nuestra diócesis y del mundo entero se ve impulsada por el celo ardoroso de sus pastores que como auténticos apóstoles luchan a diario por llevar a cabo la obra de la evangelización. Considero que cuando Jesucristo instituyó la Iglesia sobre los apóstoles, nos dejó en ella su presencia através de su Palabra y los sacramentos. Cada párroco en el ejercicio del ministerio de Cristo, es pastor en su parroquia y capillas, cumple una misión única en la vida de la Iglesia. Ella debe ser valorada y asumida en primer lugar por el mismo sacerdote. Éste es para él, el camino eclesial de su plenitud y santidad: predicar la Palabra y celebrar la Eucaristía al servicio de una comunidad que la Iglesia le ha confiado.
Como sacerdote, comparto la alegría de nuestra vocación al servicio del pueblo de Dios, siendo conscientes de nuestra pequeñez y riqueza. Debemos vivir con gozo y humildad la verdad de ser sacerdotes, porque no es obra ni mérito nuestro, sino del amor gratuito de Dios que nos ha llamado para ejercer el ministerio de Jesucristo al servicio de nuestros hermanos.
No nos cabe duda que somos los amigos de Jesús para las almas, y amigos de los hombres ante Jesús. Los sacerdotes somos plenamente hombres solidarios con la humanidad entera ante Cristo. Buscamos ser hombres del diálogo y cercanía con los hermanos, como el Papa Francisco nos invita a ser pastores con olor a oveja, y podemos completar diciendo que como consecuencia las ovejas deben tener olor a Cristo Buen Pastor por tenerlo cerca.
Cada uno luchamos por buscar la santidad que requiere nuestro ministerio, pero no estamos exentos de debilidad, de defectos e imperfecciones… por eso es necesario incrementar nuestra oración y pedir por todos y cada uno de los sacerdotes de nuestro presbiterio, de nuestra diócesis, para que cada día seamos mejores instrumentos al servicio de nuestra parroquias y de nuestras comunidades. Cuidemos a nuestros sacerdotes y seamos un apoyo leal en sus necesidades físicas, materiales y espirituales. ¡Hablemos claro!
Pbro. Luis Ignacio Núñez Publicado en el periódico Diócesis de Querétaro el 10 de agosto de 2014